«Si realmente les interesa lo que voy a contarles, probablemente lo primero que querrán saber es dónde nací, y lo asquerosa que fue mi infancia, y qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y todas esas gilipolleces estilo David Copperfield, pero si quieren saber la verdad no tengo ganas de hablar de eso.» Sí, yo, el azote de los clásicos, el firme defensor de la idea de que estos son aquellos libros de los que todos hablan pero que nadie en realidad ha leído, voy a hablaros de un clásico. ¿Acabaré leyendo la Odisea? ¿Me veréis en verano tirado en una playa con la Eneida entre las manos? Que dios nos coja confesados. Esto es, como bien sabréis con este icónico inicio, El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger.
Primero de todo, creo que es necesario, como reseñista que también ocupa su tiempo dentro del mundo editorial, felicitar a Alianza por la edición de esta tan publicada novela. Ese diseño, ese trato al libro como objeto, ese olor. Y en segundo lugar, qué decir de un libro del que ya se ha dicho todo. Pues, como siempre, empezaré hablando de mi experiencia con él, que al fin y al cabo es lo único que puedo contar, porque quién soy yo para decirle a alguien que un libro es bueno o malo. Así que empecemos:
Con El guardián entre el centeno me ha pasado algo extraño. Mientras lo leía, y en especial al terminarlo, tenía la sensación de quizás era un poco tarde para haberlo leído. Siempre he tenido en la cabeza, supongo que como virus que te inoculan en cualquier escuela, columna de periódico o reseña (con perdón), que este libro tenía que leerlo sí o sí y que mejor si lo hacía en la adolescencia. Tengo 26 años y creo que me siento viejo porque he notado que llegaba tarde al libro. Cosa que no quita que no lo haya disfrutado. Y es que es totalmente cierto lo que cuento, supongo que debe de ser algo así como tener cincuenta años y encontrarte en un concierto de trap. Miras alrededor y piensas: esta gente se divierte con este tipo de música, debe de tener algo que no capto muy bien pero que me hace quedarme, pero no sé, mejor me voy. Pues esto es lo que me ha pasado leyendo la novela de Salinger: que sí, que mola, que se la daré a mis hijos (si tengo) cuando pasen por esa edad en que todo quema más y que ojalá me la hubieran dado en el instituto. Yo, por desgracia, tuve otros libros que, por maravillosa suerte, no me quitaron las ganas de leer. Y tenían todos los números para hacerlo.
Para quien no conozca la historia que hay detrás de El guardián entre el centeno, cosa que hasta la editorial prevé porque no les hace falta ni poner sinopsis en la contracubierta, diré que básicamente es un retazo de vida de Holden Caulfield narrada por él mismo, un chaval desubicado con muchas máscaras puestas e impuestas que cree estar pasado de rosca, que no se ve encajando en ningún lugar, que cree que su sitio es allí donde nadie está y que ni él mismo sabe. Pero hay mucho más, y esa es la gracia, para mí, del libro y eso es lo que creo que no muchos jóvenes captarán de él: la cara real tras las máscaras, la luz de Caulfield que a veces pugna por salir tras las grietas del cristal roto que es su alma. Huyendo de todo, Caulfield es algo así como un Lazarillo de Tormes en la Nueva York de mitades del siglo XX. Como contrapunto al sentimiento generalizado de la navidad, Caulfield irá traspasando reglas, saltando normas, hasta llegar al faro que ilumina su viaje, que no es más que una pequeña niña que habita la que alguna vez fue su casa. Es ahí donde, para mí, reside el punto climático de la novela.
Porque claro, está muy bien lo del niño rebelde, lo de los insultos a cualquier compañero y/o “amigo”, lo de emborracharse siendo menor, lo de tratar a las chicas como meros objetos sexuales, pero no comparemos nada de esto con ver a un bala perdida con ojos brillantes, con educados pensamientos, con sonrisa mental al ver, probablemente, al niño que él nunca pudo ni podrá ser: su hermana Phoebe. Me sabrá muy mal que ahora leáis la novela, penséis que la clave está ahí y os llevéis un chasco porque veis que la grandeza reside en la absoluta sinvergonzonería de Caulfield. Y ahora que lo pienso, ¿y si estoy diciendo esto porque ya soy demasiado mayor? «Jo».
Desde mi punto de vista es una novela apta para todos los públicos debido al hecho de abordar una temática diversa y atemporal. La leí por primera vez en primero de BUP (1989) y la he continuado leyendo más veces durante años y siempre se extrae algo nuevo.
Tienes toda la razón, aunque seguro que has experimentado sensaciones distintas en cada momento que lo has leído. Muchas gracias por leer la reseña y por tu comentario. Un abrazo.