Hay libros que cambian la manera de entender el mundo. Libros que abren los ojos, o que, si uno los tenía ya abiertos, hacen que se enfoque la mirada. Sobre todo en determinadas etapas de la vida. En mi caso fue Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, durante la universidad. Me impresionó, me deslumbró, se colaba en mis conversaciones y tuvo un hueco en mis sueños. Con el tiempo he terminado admitiendo sus fallos, que los tiene, pero nunca se ha borrado de mí la huella que dejó.
El Hambre, de Martín Caparrós, quizá pueda ser uno de esos libros. No me ha alcanzado en esa época en la que, como si la mente fuera papel fotográfico, uno es tan sensible a la luz que un relámpago así lo deja marcado para siempre. Pero al menos he salido de él arañado, y sé que con otros hará lo que conmigo hizo el de Galeano. Y lo celebro, para qué engañarnos. El Hambre es un libro tendencioso, en el que es fácil ver a un Caparrós muy escorado a la izquierda, radical, peleando a la contra todo el rato. Pero también me parece un documento fundamental, lleno de verdades irrefutables en forma de números y, sobre todo, lleno de las vidas que hay detrás de esos números.
Solamente dos para que quede constancia: en su estado actual, la agricultura mundial podría alimentar a 12.000 millones de seres humanos. Y, sin embargo, cada cinco segundos muere por causas relacionadas con el hambre un chico de menos de diez años. Eso es el Hambre, con mayúsculas.
El Hambre como libro es el recorrido personal, personalísimo, de Martín Caparrós por una palabra tan grande y a la vez tan ignorada. Se estructura en torno a las historias de aquellos que se asoman al abismo de la falta de alimento. Que uno aprende con las páginas que no es no tener qué comer, estrictamente hablando. Que es más bien no saber si se va a comer mañana, y pasado mañana. Imaginen cómo resulta la vida si uno se la pasa pensando si va a tener algo que echarse al estómago al día siguiente.
Caparrós deambula por el día a día de los hambrientos en diversos lugares del planeta y les hace preguntas, se hace preguntas a sí mismo y se las hace a los lectores. El libro se abre en Níger, con una mujer que carga a la espalda con el cadáver de su niño. Una imagen fortísima, que no hará más que repetirse aunque el escenario cambie por la India, Sudán, Madagascar o Argentina. Entre destino y destino vamos descubriendo una historia del Hambre, una política del Hambre, una sociología del Hambre. Y mientras el autor nos va contando todo ello, la gente sigue muriendo de hambre. El resultado tiene un punto innegable de Jordi Évole, de Michael Moore, y puede ser al ensayo escrito lo que estos documentales son a la televisión que nos tragamos día a día. Vamos, una buena bofetada.
A pesar, como digo, de llevar consigo una carga ideológica (anti-capitalista, anti-mercado) que no esconde, Martín Caparrós dibuja una realidad poliédrica y huye de las explicaciones únicas. En la mayoría de los casos ofrece, pero no impone, su manera de ver cada problema, algo que se agradece. Porque el hambre es un problema y son muchos problemas. Es la escasez de tierra cultivable en Níger y a la vez la mala gestión de una cantidad enorme de cultivo en la India. Caparrós carga contra los organismos internacionales, responsables de la exposición obligada a los mercados, pero tiene su pluma dispuesta también para atizar a las propias comunidades locales. Trata en profundidad, por ejemplo, el tema de las semillas transgénicas, y el control que de ellas hacen corporaciones como Monsanto, con el perjuicio que supone para las comunidades campesinas. Pero a la vez se enfrenta a los activistas “ecololós”, como él los llama, y argumenta que no podemos darle la espalda a los avances tecnológicos, porque ellos han estado durante siglos presentes en la agricultura.
En resumen, El Hambre es un libro que asalta todas las certezas, que leído con atención hace que uno se plantee muy seriamente qué estamos haciendo aquí, hasta dónde hemos llegado para que unos pocos tengan tanto y otros tantos tengan tan poco que ni siquiera les alcance para comer. Martín Caparrós habla del hambre en setecientas páginas de libro de bolsillo y parece que no termina, que no concluye. Yo me siento incapaz también de resumirlo en setecientas palabras y acabar con la sensación de haberle hecho un poco de justicia.