El hereje, de Miguel Delibes
Esta es la historia de un hombre que se enamoró. Que abrió un libro y se encontró a sí mismo, que intuyó cómo una lágrima era posible que cayera y resbalara por su mejilla, limpiando el hollín del paso del tiempo, y acariciando su boca mientras el sabor salado la llenaba. Esta es, pues, la vida de un hombre que soy yo, pero que no siempre fui, porque antes, cuando El hereje no había llegado a mi vida, los ojos no habían visto lo que hay detrás de esa oscuridad que proporciona la ignorancia, el no conocer los detalles, el no vivir con el placer necesario las vivencias que un libro puede darte. La narración de un caso aparte que abrigó las esperanzas de un final diferente, de una salvación perpetua, de un punto que concluía, pero que te dejaba marcado. Y en aquellos tiempos, cuando la mirada del joven que fui repasó las líneas que componían esta obra, los minutos se detuvieron, las agujas del reloj no hacían su labor, parándose, convirtiéndose en arena que se escurre entre los dedos, como la madera que ahogada por las llamas se desintegra entre el crepitar que anuncia un desastre. Y es que hay libros que están destinados a no morir porque resucitan, devolviendo a la vida a los lectores que los sujetan con la caricia de un amante a punto de enamorarse de alguien que no le corresponderá nunca. Porque los libros son seres libres, que anidan en diferentes personas, pero que tocan la piel de cualquiera. Serán ellos y no yo, ya sea en adulto o en joven, los que nos hagan entender que de una sola palabra, de un solo caracter, es posible morir y vivir, resucitar o permanecer callado, cuando lo más importante que dejan es el silencio que, invariablemente, lo dice todo.
El recuerdo que guardo de este libro es personal. Un poco como con todas las lecturas, que se enraizan en esos momentos de la vida de un lector y que las hacen tan especiales. El recuerdo son mis primeras clases de Lengua y Literatura, en un instituto donde a las aulas las letras entraban a trompicones y donde yo era el único, en mi curso, al que interesaban lo que pudieran decirle los libros y los autores. Mi profesora, de la que guardo ese recuerdo de los maestros que amaban lo que hacían, me recomendó a Miguel Debiles, con la devoción, la pasión y la entrega que sólo alguien que quiere lo que lee puede recomendar. Y empecé por El hereje, por esa obra que trastocó lo que parecía intacto y que contribuyó a forjar lo que hoy en día soy, ya no sé si hombre o niño, ensanchando lo que de verdad se considera arte, lo que con la minuciosa labor de un cirujano conseguía el autor cuando escribía una frase, una sola frase, ya fuera corta o larga, ya incluyera lo vital o lo accesorio, ya que en cualquier rincón, miraras donde miraras, encontrabas el tesoro que agarramos como si fuera a perderse. Fue tiempo después, cuando la historia ya había terminado, cuando me paré a pensar que si un libro podía hacerme eso, conseguía convertirme en otra especie de persona, es que había dado con el paradero perfecto para perderme, para encontrarme, para vivir y a la vez morir, un poco, tan sólo un poco, consiguiendo que no fuera uno más, que se convirtiera en el querer, en el amar. Así fue como caí en la red, en la infinita red que tejió y se expandió tras numerosas tardes en las que el café se convirtió en un mar embravecido en el que navegar y reflexionar.
Es posible que muchos de vosotros penséis que debía haber comentado cuál es el argumento del libro. Pero no lo he hecho por una simple razón: a Miguel Delibes hay que descubrirlo, hay que vivirlo, hay que sentirlo. Evocar el sonido de las llamas, el olor de la tierra que se mezcla con el de la desesperación, la mirada de unos ojos que lloran con lágrimas encendidas, que duelen, que hieren, que trastocan un punto exacto de nuestro cuerpo, cualquiera, podéis elegir el que más importante sea, para después verlo hecho pedazos, pequeños trozos donde las letras acababan de recomponerlo. Y quizá el argumento sea necesario, pero yo no lo creo. Porque abrir un libro, abrir este libro es abrir una experiencia, otro mundo, el pasado que se cuela entre las grietas de una casa ya en ruinas que se resquebraja por la intolerancia, por el miedo, por la oscuridad detrás de una mirada de reojo y por la ignorancia. Fue El hereje el que me descubrió que de tanto leer podría ser lo que hoy soy, que ya no sé si es mezcla de niño y hombre, pero que en cualquier caso, vivo con la integridad de haber vivido, de haber sentido, de haber muerto y renacido cada vez que una página se terminaba y, gracias a dios, empezaba la siguiente.
Es una gran Obra!!
Pues, aunque me gustó, prefiero otras de Delibes. Y en ese orden de la revolución protestante me gustó más Q del colectivo Wu Ming y publicado como Luther Blisset.