El héroe discreto, de Mario Vargas Llosa
Los héroes siempre han tenido, en nuestra sociedad, esa imagen de fantasía que la mitología, fuera cual fuera, nos ha enseñado a lo largo del tiempo. Pero olvidamos, en muchas ocasiones, que los héroes pueden serlo todas aquellas personas anónimas que, un buen día, tienen en su vida una situación extraordinaria que les hace cambiar radicalmente su existencia. Y no por ello son héroes menores, o semidioses, por seguir con la analogía de los aspectos mitológicos. Hoy en día, las actitudes heroicas son aquellas que se encuentran a pie de calle, una vez que la puerta se ha cerrado, o incluso cuando las puertas están abiertas de par en par y el hilo de la vida nos pide un freno para prestar atención. El héroe discreto es aquel que puede llevar la misma vida tú o que yo, pero que por azares del destino, un escritor decidió poner en palabras, creando una novela. Porque en el fondo, cuando uno se convierte en un héroe a ojos de los demás, se habrá convertido en alguien diferente para el resto de su vida.
Dos hombres. Felícito Yanaqué que se siente amenazado por una banda que le hace chantaje. Ismael Carrera, que urde un plan de venganza contra sus infames hijos. Dos hombres anónimos, que se convertirán en conocidos para todos nosotros. Y un lazo, un lazo que les une a los dos sin que ellos hayan podido evitarlo. Dos héroes anónimos que buscan una solución a este embrollo que es la vida misma.
Si uno se planteara las lecturas con las que va caminando a lo largo de los meses, es posible que en algún momento tropezara con alguna de las novelas de Mario Vargas Llosa. Y puede ser posible, también, que sea una parada obligatoria si quiere conocer cómo ha evolucionado la literatura hoy en día. Pues bien, ese no es mi caso. No he leído nada del autor, pese a las recomendaciones de gente fiel que me ha acompañado a lo largo de mi vida. Por ello, una vez que había leído el resumen de su última novela me decidí a meterme de lleno en su escritura. Fue así de fácil, como también lo fue darme cuenta del error cometido durante tanto tiempo. Si hay algo que tuviera que destacar de El héroe discreto es su capacidad para evocar un mundo que nos parece real, que nos podemos encontrar día tras día en nuestra vida, pero que a la vez parece irreal, evocando en situaciones, en descripciones, en paisajes, una especie de magia que pocas veces se ven en la literatura. Y no, no estoy hablando de ciencia ficción, sino de ese realismo mágico del que ya hicieran gala algunos otros autores, y que hoy encontramos en esta novela.
Ser un Premio Nobel tiene que pesar, ya que los lectores siempre suelen pedir más a sus novelas. Y puede que fuera así en un principio, azuzado por algunas personas que querían que me introdujera en el mundo de Mario Vargas Llosa. Pero siempre he intuido que empezar una novela con demasiadas expectativas es hacerlo partiendo de una injusticia, de un umbral demasiado alto, y cuando comencé la lectura de El héroe discreto lo hice sin ninguna idea, sin nada que me impidiera disfrutar de aquello que tenía preparado para nosotros el autor. ¿Fue un error? No, todo lo contrario. Intentar enlazar las novelas con la palabra obra maestra, nos hace correr riesgos innecesarios. Porque lo que leemos tiene que tener un poso necesario para poder describirlo con precisión. En este caso, la novela que tengo entre manos nos hace vivir algunas de las mejores instantáneas de los libros que he podido leer, nos hace recuperar la ilusión en esa literatura que describe con exactitud la vida de los personajes, nos reconcilia con la vida de lectores cuando observamos que un argumento puede parecer sencillo, puede llevar aparejado la idea de no contar nada nuevo, y aun así hacerlo hasta que el punto final llega de improviso. Y además, y a modo de apunte, diré que es increíble cómo el autor nos propone a un personaje, el de Ismael Carrera, como protagonista, sin serlo realmente más que por boca de los secundarios que giran en torno al mismo. Esos recursos, esa forma de despejarnos las incógnitas, es lo que me ha hecho leer con devoción, leer por el divertimento que promueve, leer porque es mi vida al fin y al cabo, y la vida se vuelve mucho mejor cuando hay letras de por medio.
Quizá tendría que haber empezado a leer antes algo de este autor. Quién sabe, a lo mejor sus lecturas me hubieran acompañado de una forma diferente haciéndome diferente a mí. En cualquier caso, aquí, ahora, se hace patente lo cierto del dicho, más vale tarde que nunca, porque aunque tarde la literatura siempre llega, y suele hacerlo de la mejor forma posible.
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Lei La tia Julia y el escribidor, La casa verde, La fiesta del chivo, y me gustaron hasta considerarlas buenas pero no termine la del Celta por falta de motivacion y esta me aburrio mucho; creo con todo respeto que ha decaido su inspiracion.