«Fue en 1888 cuando Román Muñiz pronunció aquella frase. Su voz resonó en el silencio de la noche otoñal y después se expandió, limpia, mucho más allá de la Sierra de Arcos, hacia las regiones del este, atravesando campos, cordilleras y después mares. Y lo hizo durante más de ciento diez años. Probablemente su eco aún no se ha extinguido:
—Hijo, entre día y noche no hay pared. Adelántate, que ya te alcanzo».
Permíteme, lector, que empiece así la reseña de hoy. Ya sabes que no acostumbro a citar frases de los libros que reseño y mucho menos suelo empezar de esta forma; pero es que ha sido inevitable. No he podido no hacerlo, y cuando leas esta novela, entenderás por qué. Aunque, como adelanto, te digo que está repleta de frases maravillosas como esta que dan ganas de subrayar en fosforito e incluso de enmarcar para verlas todos los días y no olvidarlas.
Este es el comienzo de El hijo del doctor, ni más ni menos. Así empieza la historia escrita por Ildefonso García-Serena que contempla la vida de varias generaciones que nos harán viajar tanto en el tiempo como en el espacio. Gracias a ello, conoceremos de primera mano varios relatos sobrecogedores y, ante todo, humanos. Sí, creo que decir que este libro es un derroche de humanidad sería lo correcto, ya que es lo que encontramos todo el tiempo en su interior. Como podéis ver, desde la primera palabra.
Pero vamos a lo que importa: ¿qué es lo que contiene este libro? Pues bien, esta novela recoge el testimonio de cuatro generaciones de inmigrantes que tuvieron que huir para poder sobrevivir. No lo hicieron por placer ni por gusto, lo hicieron porque no hubo más remedio. Y todo esto lo descubriremos de la mano de Leo, el hijo de un doctor republicano español. Él decide emprender un viaje a través de la historia para descubrir la verdad sobre un hecho que sucedió en su familia mucho tiempo atrás: su bisabuelo, Román, desapareció sin dejar rastro. Ese será el desencadenante para descubrir un sinfín de historias que se sucedieron a través de los años. Y gracias a la curiosidad de Leo, el lector podrá embarcarse en un viaje en el tendrá la oportunidad de visitar la Barcelona y el Buenos Aires del siglo XIX, darse un paseo por la Guerra Civil e incluso vivir en su propia piel una de los episodios más negros que el ser humano ha vivido: la Segunda Guerra Mundial.
Hace mucho tiempo que aprendí que el que deja su hogar lo hace porque busca algo mejor. El que abandona lo que conoce, el sitio donde ha crecido, donde ha vivido cosas inolvidables y donde, cuando llegue el momento, querrá morir, no lo hace porque le apetezca. Todavía recuerdo el día que fuimos a Argentina a visitar a la familia de mi novio. Dos generaciones atrás, tuvieron que abandonar su Cantabria natal para intentar labrarse un futuro mejor. No fue nada fácil, pero al final lo consiguieron. Se hicieron un huequito en esa tierra que les acogió con los brazos un poco más cerrados de lo que esperaban y que, gracias a ello, su familia consiguió crecer y evolucionar. Este es un tema al que le doy muchas vueltas, ¿sería yo capaz de abandonar todo lo que conozco para emprender otra vida lejos de aquí? La respuesta es sí, un rotundo sí. Si no me quedara más remedio, iría donde fuera. Como todos los inmigrantes, como todas las personas que dejan atrás todo lo que tienen y todo lo que son para adaptarse a una cultura extraña e incluso una lengua que desconocen.
Siempre he pensado que los inmigrantes son, ante todo, valientes. Y leyendo El hijo del doctor, mi teoría se corrobora todavía más. Y quizás esto se deba a que los personajes que salen en la novela de Ildefonso García-Serena son tan humanos que llegan a calar bien profundo. El lector sentirá una empatía irrefrenable por cada uno de ellos, lo que hará que entienda su situación y que sufra en su propia piel el significado de luchar por vivir sea cual sea el precio. En esto, por supuesto, es indispensable la narración del autor. Opta por darnos un narrador externo en tercera persona que todo lo ve y todo lo sabe. Nos va dando la información necesaria en cada momento, centrándose en describirnos todo lo que ve con el detenimiento suficiente como para que el lector se meta de lleno en la escena, pero sin ser tan recargado que llegue a aburrir. En esto también ayuda mucho la inclusión de diálogos, que abundan y que aportan casi tanto como las propias descripciones y que, a su vez, aligeran la narración.
Lo mejor de todo, para mi gusto, es que el autor nos va llevando de un tiempo a otro a su antojo. He dicho que van a ser muchos años los que pasen por delante de nuestros ojos, pero no he dicho en qué orden. Pues bien, el autor llevará al lector de un momento a otro de la historia sin seguir el orden cronológico que correspondería, pero eso también ayuda a que el lector entienda a la perfección todo lo que ocurre. Y, si por un casual, en algún momento se pierde, siempre puede ir al final del libro para consultar el árbol genealógico que tan útil resulta.
En fin, no sé si será por la propia experiencia del autor (precisamente, hijo de refugiados españoles en Buenos Aires), por la forma tan precisa de narrar que tiene, por los personajes tan reales que nos ofrece o porque la historia es tan dura y verídica como la vida misma, pero yo he terminado El hijo del doctor con una gran satisfacción. Sin duda, una lectura entretenida y conmovedora que, estoy segura, amarás desde la primera palabra.