El hombre del pasamontañas, de Leonardo Sciascia
“Después viene el gusto por la indagación, por hacer encajar los datos o ponerlos en contradicción, establecer hipótesis, conseguir una verdad o explorar un misterio allí donde la ausencia de verdad no era un misterio o su presencia no era misteriosa”.
Descubrir nuevos autores siempre viene bien. De todos se aprende, y con cada nuevo escritor que leemos se nos abre una nueva puerta, un mundo nuevo por explorar. Como gran aficionado a la novela negra, mucho estaba tardando en conocer a Leonardo Sciascia, uno de los mejores representantes de la novela policíaca en la vieja Europa. Y es que ya lo dice Andrea Camilleri, uno de sus alumnos más aventajados, cuando avisa “estoy muy lejos de alcanzar a Sciascia”.
Pero la ortodoxia no va conmigo, y yo, lector de raros hábitos, me he sentido atraído por El hombre del pasamontañas, que lejos de mostrarnos al Sciascia más ocurrente y negro, nos enseña al escritor italiano más erudito e íntimo, recuperando en esta preciosa edición de Piel de Zapa siete relatos o pequeñas crónicas para leer y releer hasta la extenuación, disfrutando de cada uno de ellos como si de un manjar se tratase.
Los siete relatos parten de siete personajes distintos, muy lejanos en el tiempo (desde 1613 hasta la actualidad) y en el espacio (Sicilia principalmente, pasando por la Chile de Pinochet). No hay un nexo en nacimientos de estas historias, sino que todas nacen, como nos confiesa el autor en uno de los relatos, de su “gusto por la indagación”. Este divertimento nos sirve para conocer mejor los hábitos de escritura del escritor siciliano. Cualquier lectura, cualquier texto o cualquier punto impreciso de la Historia le sirve para iniciar una de sus siete reflexiones tan bien plasmadas en El hombre del pasamontañas.
Todo comienza en Palermo, punto de partida de varios relatos. En 1613, un crimen misterioso y un cuerpo decapitado en las tierras de Francesco Ventimiglia servirá de catalizador para descubrir los trapos más sucios de la corte siciliana. En el segundo relato, el autor se centra en el odio del Marqués de Villabianca contra el benedictino don Mariano Crescimanno. Dos relatos distintos pero dos relatos con un denominador común; la Inquisición, que se alza como ejecutora de las envidias y corruptelas de la época.
Los relatos van pasando y llegamos al que da nombre al libro, El hombre del pasamontañas, quizá el más duro de todos por su cercanía en el tiempo. En él se habla de Juan René Muñoz Alarcón, cuyo trabajo durante la dictadura de Pinochet dejó un sinfín de asesinatos.
“El hombre del rostro oculto, el hombre del pasamontañas. Aquel que sin decir una palabra, sólo con el gesto de la mano, escogía de entre los prisioneros hacinados en el estadio nacional al que mandar a la tortura y a la muerte.”
Y deja Sciascia para el final el que para mí es el más extravagante de los siete, El inexistente Borges. En él, a raíz de un artículo aparecido en una revista argentina, se analiza la posibilidad de que Borges no existió en realidad, sino que fue una invención de un grupo de escritores, lo que le impidió ser ganador del Nobel de Literatura.
En resumen, El hombre del pasamontañas son siete piezas únicas, muestra del Leonardo Sciascia más curioso, más humano y más erudito. Todavía me queda por descubrir su faceta de escritor de novela negra, pero con este pequeño puñado de joyas demuestra su faceta más importante, la de un ESCRITOR con mayúsculas.
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