El hombre duplicado, de José Saramago
En un mundo tan globalizado como el actual más o menos todos hacemos lo mismo: vestimos iguales marcas, salimos a comer a idénticos restaurantes y seguimos las tendencias aunque estemos en Buenos Aires, Nueva York o Londres. El poder de lo individual, lamentablemente, pierde fuerza día a día y lo poco que escapa a esa regla son las personas en sí, individuos en el más claro sentido de la palabra. Es verdad que existen personas parecidas y gemelos, pero que sean similares no significa que sean iguales. La clonación puede ser la excepción, y por eso en su momento causó tanto revuelo: lo individual se ponía en discusión. Y sobre esa pérdida nos propone pensar Saramago en el libro El hombre duplicado.
Con su inconfundible estilo, Saramago plantea un tema simple y a partir de él comienza a pensar y a volcar en cada página sus pensamientos, esos que muchas veces los lectores tenemos pero que no somos capaces de convertir en palabras escritas y mucho menos en buena literatura. El tema que plantea el Nobel de Literatura es la experiencia que tiene que vivir Tertuliano Máximo Afonso, quien un día, tras alquilar una película por recomendación de un compañero de trabajo, comprueba que un actor secundario del film es exactamente igual a él. Víctima (o responsable) de una monótona vida (a esta altura ya un clásico de los personajes de los libros del portugués) encuentra en ese acontecimiento el sentido de sus días y sus noches, rozando incluso la obsesión. ¿Qué hacer ante este hecho? ¿Buscar al Hombre Duplicado? O más profundamente ¿Cuál de los dos es el duplicado? ¿Cómo es posible que algo así ocurra cuando nunca jamás ocurrió? ¿Por qué angustia tanto perder la individualidad? ¿Somos acaso descartables o intercambiables?
A lo largo de más de 400 páginas (admito que por momentos el libro se me hizo un poco pesado, algo raro en la bibliografía de Saramago, aunque nunca pierde la magia) visitaremos los recovecos mentales de nuestro personaje y analizaremos en detalle cada uno de los pasos que dará en su carrera por encontrar a su doble y, ante todo, las consecuencias de iniciar (o no) esa búsqueda y (un punto divertidísimo de la novela) sus diálogos internos con el Sentido Común, que aparece cada tanto para hacer dudar o enfadar a Tertuliano Máximo Afonso y nos regala a los lectores páginas de carcajadas inteligentes.
El destacable punto de la personificación del Sentido Común no deja en saga al análisis pormenorizado que Saramago hace acerca del mundo de los subgestos, esas expresiones que van más allá de los gestos y que deja en claro que a la hora de decir (o callar) decimos (o callamos) más de lo que queda a la vista. Saramago demuestra una vez más por qué es el genio de las observaciones humanas.
Mientras tanto, las idas y vueltas, los encuentros y desencuentros y las consecuencias inevitables (que afectan para bien o para mal a algunos de los pocos personajes secundarios) van haciéndose camino hasta el punto imposible en el que la duplicación resulta insostenible y deriva en determinantes sucesos.
El final del libro, a todo ritmo, digno de película (que existe, y se llama Enemy) no dejará indiferente a nadie y nos hará girar la cabeza, para ver si estamos solos, o si somos quien se supone que somos.