Creo que Ray Bradbury es el autor del que más he hablado por estos lares. Ya he reseñado Ahora y siempre, dos novelas cortas publicadas en un solo volumen; Shadow Show, el homenaje que varios escritores célebres le hicieron a través de relatos inspirados en sus historias, y Crónicas marcianas, uno de sus libros más elogiados. Y hoy le toca el turno a otro de sus clasicazos: El Hombre Ilustrado.
Al igual que Crónicas marcianas, El Hombre Ilustrado es una colección de relatos con un hilo conductor. En este caso, se trata del encuentro con un hombre que tiene toda la piel tatuada. Pero no son tatuajes normales, sino imágenes que, cuando anochece, cobran vida: predicen el futuro, cuentan historias. En total, dieciocho historias, que son las que componen este libro.
Como el propio Ray Bradbury anuncia en la introducción, cada una es una metáfora a punto de estallar. Se pregunta «qué pasaría si» y, a partir de ahí, nacen sus cuentos. El primero que nos relata la piel del Hombre Ilustrado es «La pradera», en el que Ray Bradbury demuestra que era un visionario. Nos presenta una familia que vive en una casa a la que hoy en día llamaríamos domótica: realiza multitud de tareas de forma automática para que los humanos no tengan que hacer nada. Y eso no es todo, el cuarto de juegos es lo que ahora llamaríamos realidad virtual, aunque va todavía más allá: crea mundos a partir de los pensamientos de los niños. Lo inquietante es que, últimamente, esa habitación se ha convertido en África y los leones campan a sus anchas. A los padres les empieza a preocupar la imaginación desaforada de sus hijos.
Otro de los relatos que me ha llamado la atención por su vigencia es «El otro pie». En él, Bradbury imagina al planeta Marte colonizado por los negros, que se preparan para recibir a los blancos como se merecen. En esta ocasión, van a ser ellos los que dicten las normas. Escrito antes de 1950, ninguna revista estadounidense quiso publicarlo. Aún quedaba mucho para que se promoviera la defensa de los Derechos Civiles.
Mientras que «El Hombre», que cuenta como unos astronautas aterrizan en un lugar lejano justo el día que Cristo ha llegado, me resultó cómico, «La larga lluvia», que describe al planeta Venus como un lugar en el que nunca deja de llover, me pareció extremadamente desasosegante. Y en «El hombre del cohete», la historia de un padre que visita a su familia de tanto en tanto porque es astronauta, encontré uno de los finales más tristes y hermosos que recuerdo.
Disfruté mucho de «Los desterrados», protagonizado por escritores como Poe, Dickens o Bierce, que se esconden en Marte porque están quemando sus libros en la Tierra. Escribió este cuento tres años antes de su célebre Fahrenheit 451, que sigue siendo mi libro favorito del autor.
«El zorro y el bosque», para mí, es uno de los cuentos más intrigantes de El Hombre Ilustrado. En él, una pareja se fuga de su país utilizando una máquina del tiempo. Entre mis preferidos, también están «La mezcladora de cemento», que cuenta la historia de Etril, un marciano que no quiere invadir la Tierra porque cree que tienen todas las de perder, y «Marionetas, S. A.», un hombre que encarga un robot que es una réplica de sí mismo para salir por ahí sin que su mujer se percate de su ausencia. Y «El cohete», protagonizado por un hombre que ansía viajar a Marte, pero no le alcanza el dinero, me pareció entrañable. El libro cierra con el relato «El Hombre Ilustrado», que explica el origen de los tatuajes del extraño hombre que sirve como hilo conductor a estas dieciocho historias.
Como siempre, Bradbury nos hace saltar de una emoción a otra: la risa, la ternura, la inquietud, el vacío… Sus temas son recurrentes, hasta el punto de que muchos de los cuentos de El Hombre Ilustrado encajarían dentro de Crónicas marcianas, y a la inversa. ¿Cuál de los dos me ha gustado más? Me decantaría por El Hombre Ilustrado, aunque quizá solo sea porque lo tengo más reciente y las sensaciones que me ha provocado aún siguen a flor de piel. En cualquier caso, leer a Bradbury siempre merece la pena.