Reseña del libro “El hombre que puso fin a las guerras”, de Imanol Guillén Allende
Qué bonito sería levantarse una mañana de estas y encontrar junto a la taza del desayuno el titular: «El hombre que puso fin a las guerras». Y es que a veces la situación social del momento es la que inspira mi próxima lectura. Si en estos tiempos tan irritantes, donde cualquier cosa puede pasar, existe un hombre capaz de iniciar una guerra, digo yo, ¿no podría haber uno capaz de detenerla? ¿Uno que no sea Superman? O como diría mi abuela: algún «mindundi con principios» al que la realidad le venga grande, pero saque el coraje para enfrentarla. Algo del estilo es lo que nos viene a ofrecer Imanol Guillén Allende en esta novela de ficción histórica que trata sobre la Primera Guerra Mundial. O la Gran Guerra, como se conoció entonces, pero contada desde bastidores.
La historia comienza semanas antes del atentado orquestado por La Mano Negra en Sarajevo, que en junio de 1914 acabó con la vida del Archiduque Francisco Fernando de Austria y la de su mujer embarazada. Para quien no esté familiarizado con esa parte de la historia, le sorprenderá tanto como a mí descubrir reunidos en Nueva York a un buen puñado de apellidos históricos hablando de excusas para «poner en marcha la maquinaria de guerra» y legitimarla entre la población. Pero vamos a ver, qué locura es esta, dónde me he perdido que no entiendo nada, ¿cómo que excusas para iniciar una guerra? Al parecer había intereses en que estallase una en Europa, algo de corta duración que sería coser y cantar. Y no fue ni lo uno ni lo otro. Por eso me gusta leer literatura histórica, siempre aprendo. Debido al desconocimiento, tenía que consultar cada nombre para entrar en situación. Pero el autor, previsor, incluye al final del libro un glosario de personajes, tanto reales como ficticios, ordenados alfabéticamente y agrupados en cada una de las cuatro partes que contiene esta novela tan reveladora. Este detalle me facilitó la tarea sin tener que echar mano del móvil.
Una vez puestas las cartas sobre la mesa, comienza la acción y todo fluye entre intrigas políticas y espionaje. En Europa, un inspector vascofrancés llamado Pierre Etcheberry investiga en Bayona una serie de atentados fallidos que parecen estar relacionados, cuando es convocado por la Sûreté Générale de París para una reunión de carácter secreto. Allí le ordenan que investigue para ellos, que se mezcle entre los espías de cada bando para conseguir información que ayude a parar todo el horror que se les viene encima —y del que la mayor parte del continente no tiene ni idea—. Aunque tarde en descubrirlo, existe un motivo de peso por el que debe ser él y no otro quien se encargue, una duda que le acompaña siempre.
Me gustaría destacar la voz del narrador porque al alternar entre personajes y escenas, el lector acaba descubriendo detalles antes de que lo haga el propio protagonista. Con lo que alguna que otra vez me sorprendí susurrándole advertencias a Pierre, velando por él y esperando con ansias su reacción a lo telenovela de media tarde. Además, el autor encaja los momentos históricos con los ficticios de su invención con la habilidad de quien termina un puzle de cinco mil piezas sin despeinarse. Para conseguir tamaño resultado hace falta agudeza y mucho trabajo de investigación antes de ponerse a escribir.
La manera de presentar a los personajes en El hombre que puso fin a las guerras es tan humana que puedo visualizarlos tocando a mi puerta con un bizcocho en la mano: «hola, somos los nuevos vecinos». Aunque no faltan personajes de película como la bailarina rusa Tamara Karsávina, una espía afín a la monarquía de los Romanov que causará más de un quebradero de cabeza a Pierre, que acabará en el San Petersburgo de la primera revolución bolchevique. Aquí es cuando susurro al párrafo: «¿Ves? Eso te pasa por meterte donde no te llaman». Pero no me escucha. Bien, así me gustan los personajes, respondones. Y es que en la novela hay pocas mujeres, muy pocas, pero las que existen son piezas fundamentales en el engranaje de las motivaciones y la acción.
La verdad es que ya había leído a Imanol Guillén Allende con anterioridad —por ejemplo, en La maldad que sobrevive—, por lo que iba sobre seguro en cuanto a calidad literaria a la hora de escoger este libro. Comienza a pasarme con él lo que me ocurre con otros autores de los que espero con fe ciega sus próximas publicaciones. Que sin leer siquiera la sinopsis y aunque trate sobre el cultivo de boniatos, sé que lo disfrutaré por su forma de contarlo.