Sé que en algún momento se me va a escapar, así que prefiero dejarlo dicho lo antes posible. Para mí Landero (del que ya reseñé por aquí Lluvia fina) los últimos años es algo así como un espejo del Messi de las últimas temporadas: mientras lo miras jugar (porque lo miras, siempre lo miras) parece que la mayor parte del tiempo no haga nada, vaya caminando por el campo ajeno a todo el resto de movimientos, pero de repente un sprint, un quiebro, un regate, un gol. Y vuelta a la normalidad. Pues con los últimos libros de Landero me ha pasado un poco lo mismo: te da la sensación de que está jugando al ralentí, con piloto automático, hasta que de repente suena el clac y aparece la genialidad. Landero es un valor seguro y Tusquets lo sabe, por eso ahora, tan cercano a un Sant Jordi que nadie sabe si será, aparece El huerto de Emerson, lo que algunos apuntan como la continuación lógica de aquel El balcón en invierno.
En palabras del propio Landero, este libro es un paseo por el bosque del tiempo ya vivido, unas memorias repartidas en capítulos de temática distinta pero fondo igual: Luis Landero. Con la excusa de un cuaderno nuevo que llenar de palabras, Landero se vuelca, se derrama sobre la página en blanco, se da a la escritura sin plan, dejándose llevar por ella, por sus sorpresas, sus regates. La infancia como puntal, como ancla, como planeta central del que las demás edades futuras son satélite. Ese asombro infantil, esa inocencia, ese recuerdo de cuando todo es nuevo, de cuando todo está por abrir, por estrenar, él intenta meterlo a través de las palabras en un frasco, y por suerte nosotros podemos ver lo que hay dentro de él porque ese frasco es un libro.
Landero nos presenta en El huerto de Emerson sus dudas como escritor (y como persona), los miedos que lo han ido acompañando a lo largo de los años, las veces que ha sentido que eso de escribir se terminaba, hasta llegar el momento en que las musas aparecen, en que se encuentra la grieta por donde entra la realidad, porque como dice él mismo, solo necesita un poquito de realidad para escribir. Pero también leemos aquí sobre su familia, sobre las historias contadas a la luz de un fuego en su pueblo natal (ver cubierta), sus lecturas de niño, sus aficiones, su amor (y añoranza) por lo rural.
El huerto de Emerson (hay que leerlo para conocer el origen rocambolesco del título) es en esencia un poquito más de Landero. En alguna página se puede leer sobre su miedo, sus dudas acerca de la gloria literaria, del perdurar en el mundo más allá de la vida a través de tus obras, y esto es un granito más en apoyo a su causa. Si bien es cierto que ya tiene suficiente como para ser alguien del que se hable mucho en aulas, bibliotecas, librerías o clubs de lectura futuros también reconozco que prefiero no decirlo muy alto no sea que me oiga y pare. Todo libro nuevo de Landero es motivo de celebración, y qué mejor forma de celebrarlo que leyéndolo. Os invito clara y rotundamente a ello. Creo que no os decepcionará.
Landero con este libro ha llegado al nivel, casi Dios, de los nacidos para escribir… Y el lo sabe.