Si alguien me dijera que viviríamos una escena propia de las novelas distópicas de ciencia ficción con drones controlando las calles y vigilando a los ciudadanos, no me lo creería. Es así, lo estamos viviendo, estamos dentro de una obra de cifi. Y dentro del género ya se ha explorado cuál sería el siguiente paso en nuestra evolución-involución. La dirección hacia un lado u otro no está aún muy clara. La robótica y la biología suelen dar diferentes aspectos de cómo el ser humano se comportará en el futuro —si es que sigue formando parte de ello—, tanto en relaciones con otras especies o entre sí, como con su entorno. No suele ser un futuro muy esperanzador: la soledad, el aislamiento en realidades virtuales, lo decadente, la supervivencia en condiciones apocalípticas… la verdad, no parece el escenario óptimo para pegarse un viajecito en el tiempo. Sea como fuere, el futuro está a la vuelta de la esquina y, lo que ahí ocurra, no es más que un proceso de cambio procedente de lo que hacemos en nuestro presente.
En el cómic El humano de Lucas Varela y Diego Agrimbau se arroja un poco de luz sobre un futuro lejanísimo. Una aventura de viajes en el tiempo a un planeta Tierra remoto y muy cambiado. Tanto que no hay seres humanos (¿o quizás sí?). La expedición Phenix llevaba orbitando alrededor del planeta durante más de medio millón de años. Lo hacían con la intención de esperar a que el planeta se reiniciase, por así decirlo. Si desaparecía la especie humana, portadora de ambición, egoísmo, poder, estupidez y destrucción, podrían volver a comenzar de cero gestando una nueve especie humana, esta vez mejorada, y solventando los errores de la ya extinta. Una vez aterrizaron, los miembros de la expedición ayudados por sus robots humanoides pondrán en práctica su misión. Eso sí, en un planeta poblado ahora por diversas especies simiescas evolucionadas.
Como suele ser norma en el género de ciencia ficción, las condiciones humanas que se representan no distan mucho de las que ya conocemos. De ahí que todos esos “errores” de nuestra especie no parecen cambiar ni aun pasando medio millón de años. Pero a pesar de lo negativo que eso parece, en este cómic la perspectiva que se nos muestra es la de un futuro esperanzador, la de una evolución —esta vez la balanza se inclina hacia esta dirección— en la que las especies viven en armonía, por diferentes que sean. Es la especie actual la que está errada, la que aún no ha pasado por ese proceso de cambio. No todo debía ser decadente. Es más, el ritmo narrativo, la acción y sensación de novela de aventuras y el ingenioso escenario donde se desarrolla todo, hacen de este tebeo un simpático, reflexivo y brillante relato futurista.
Si me animé a leer El humano fue gracias a su dibujante Lucas Varela. De él ya he leído varios tebeos que, insisto, son de un poder imaginativo magnífico. De trazo sencillo, casi ingenuo, recrea unos escenarios llenos de fantasía futurista con especies blandurrias y gelatinosas, ya sean plantas o animales, que exploró en otras obras como El día más largo del futuro (La cúpula, 2017) o Paolo Pinocchio (Dibbuks, 2011). Su dominio en la narración secuencial y el movimiento insinuado de las figuras a través del dibujo permite una lectura fluída, unas veces sin necesitar el texto para contar y, cuando lo acompaña, sin caer en la reincidencia imagen-texto. Para apreciar este dominio, bien merece la pena leer también los cómics citados anteriormente. Desconozco más al guionista Diego Agrimbau, quien ha estructurado el cómic jugando con los cambios y golpes de efecto argumentativos propios del género de ciencia ficción. Diálogos frescos y una narración reflexiva para el lector en tanto vemos cómo lleva las condiciones humanas al límite en dirección a nuestro destino como especie. Estos dos autores unen creatividad e ingenio para crear una obra muy recomendable a los amantes del género cifi.