Reseña del libro “El imperio del dolor”, de Patrick Radden Keefe
Uno de los comentarios recurrentes acerca de No digas nada, la obra anterior de Patrick Radden Keefe, era que se leía “como una novela” (negra, en concreto). La intriga inicial, los personajes, los sucesivos descubrimientos, todo se confabulaba para dar a la lectura esa impresión propia de la ficción, aunque en aquel momento no me pareció lo más reseñable de un libro que para mí fue de los mejores de 2020. En su entrega siguiente, El imperio del dolor, reaparece la misma sensación, en este caso adoptando la forma de una gran saga familiar (la de los Sackler) que abarca varias generaciones, una historia de poder, envidias y egos que se lee como El Padrino y tiene ecos de Succession.
Ocurre esto sobre todo durante el primer tercio del libro, para luego dar paso a un testimonio estremecedor sobre cómo una fuente de riqueza cuasi infinita pudo cegar durante décadas no solo a la familia que la había creado sino a los reguladores encargados de controlarla en aras de la salud pública.
El imperio del dolor comienza con un ligero vistazo al final, al desmoronamiento del imperio Sackler, para rápidamente rebobinar más de un siglo y situarnos en una tienda de comestibles en Brooklyn, en los primeros años del siglo XX. Allí es donde Isaac Sackler, un inmigrante judío, y su esposa Sophie crían con bastantes apreturas a sus tres hijos: Arthur, Mortimer y Raymond. En pocas décadas, entre los tres acumularán una fortuna de decenas de millones de dólares, y su nombre estará inscrito con letras de oro en instituciones como el Museo Metropolitano de Nueva York, la universidad de Harvard, gracias a sus generosas donaciones. ¿Cómo llegan hasta ese punto?
Adicto al trabajo, obsesivo y metódico, Arthur Sackler encarna el papel del patriarca y protector de los hermanos. Médico de formación pero con una fortísima vocación comercial, su interés en la química de la salud mental combinado con sus habilidades como vendedor lo llevan al mundo de la publicidad farmacéutica. Allí hará su primera fortuna de la mano del Valium, y comenzará junto a sus hermanos a construir un imperio que extiende sus tentáculos por toda la cadena de producción farmacéutica, de los médicos que recetan a las revistas que avalan las propiedades de los productos, pasando cómo no por una industria propia, Purdue Pharma.
Como en toda dinastía, en casa de los Sackler afloran las rencillas al mismo tiempo que el dinero. Los problemas con las sucesivas mujeres de Arthur o los peajes del elevado tren de vida de Mortimer salpican sus éxitos empresariales, que en esta primera época apenas se ven empañados por problemas legales. Para cuando Arthur muere, el gigante al que ha dado forma parece imparable, y gracias a décadas de tráfico de influencias y dudosas prácticas empresariales, su apellido se conoce más por sus obras filantrópicas que por sus oscuros negocios. Sin embargo, todo eso cambiará para la generación que lo sucede cuando haga su aparición su medicamento estrella, el OxyContin.
Pensado y vendido como un milagro contra el dolor con mucho menos peligro que sus primas la morfina y la heroína, el tristemente famoso “oxi” jugará un papel fundamental en una de las crisis sanitarias más profundas que ha vivido Estados Unidos, la de los opioides, a cuyo origen, consecuencias y relación con Purdue dedica su mayor parte El imperio del dolor.
Patrick Radden Keefe narra con fuerza, usando recursos más característicos de la ficción que del ensayo. Deja los finales de los capítulos en suspenso para enganchar a los lectores, convierte las notas al pie en invisibles notas al final para no entorpecer la lectura, y no se limita a la trama principal, sino que a través de los Sackler va dibujando con trazo fino la sociedad que los rodea en cada momento. La sublime primera parte sobre la primera generación Sackler da pie a una segunda bastante saturada de información acerca de sus herederos, en la que se corre el peligro de perder pie (e interés) en los vericuetos del sistema fiscal estadounidense. Sin embargo, las escalofriantes historias de la adicción al OxyContin, las continuas demostraciones sobre sobornos, conflictos de intereses y mala praxis en torno a su comercialización logran recuperar el pulso de una obra magna, que comienza como una palmada en la espalda del capitalismo y termina como una patada en el estómago de quien lo lea.