El increíble caso de Barnaby Brocket, de John Boyne
El mundo en el que vivimos parece que nos obliga a ser normales. Casas para gente normal, programas de la televisión para gente normal, comida para gente normal, ropa para gente normal. Pero, ¿qué es ser normal? Si la normalidad pasa por ser parte de una sociedad, en la que está establecido todo excepto el pensamiento (y hasta eso puede que un día se programe), permitidme que os diga, que yo soy diferente. Y además, lo digo con un regusto de satisfacción, como cuando me comía algún dulce cuando era pequeño y creía que no había ninguna cosa más buena en el mundo. Porque ser normal o no solamente es una palabra, nadie puede decirnos exactamente lo que es. Y así, mientras caminamos por este mundo de ovejas blancas y negras, ser una verde o amarilla puede ser no sólo divertido, sino que además aleccionador.
Barnaby Brocket es un niño diferente en una familia demasiado normal. A él no le afecta la ley de la gravedad y, a la menor ocasión, sus pies se despegan del suelo para hacerle flotar. Todo iba bien hasta que, un buen día, sus padres deciden dejarle flotar y perderse por el cielo. Será entonces cuando Barnaby descubra nuevas aventuras y personas que le harán darse cuenta que ser diferente, no es lo mismo que ser un monstruo.
¿Qué significa ser libre? Pero no “libre” en un sentido superficial, que va. Me refiero a esa libertad que todos tenemos a querernos tal cual somos. ¿Es imposible o, por el contrario, resulta más sencillo de lo que nos pensamos? John Boyne nos acerca esta pregunta en forma de aventuras de un niño pequeño que nace diferente, se siente diferente, vive diferente, pero al que todo el mundo quiere hacer normal a toda costa. Y esa es la injusticia, queridos lectores: pretender poner barrotes al campo. Porque en “El increíble caso de Barnaby Brocket” nos encontramos con una de esas miradas inocentes, pero a la vez incisivas, que nos descubren un mundo nuevo en el que evadirnos y en el que aprender que no todo el mundo está preparado para aceptar la diferencia. Todos somos únicos, todos merecemos nuestro espacio en este mundo, e intentar obviar eso es como intentar negar que los libros son como nuestros amigos. Pero incluso si quisiéramos darle otra lectura a esta novela, podría deciros que se trata de una historia de aventuras, de personajes carismáticos, de aprendizajes sobre una de las mayores virtudes que tenemos el ser humano: relacionarnos con la gente que nos rodea. Porque allí donde hay alguien que se encuentre a nuestro alrededor, podemos sacar alguna enseñanza, por pequeña que sea, y de este modo ir avanzando por la vida con una mochila que nos haga ser mejores, sin duda, mucho mejores. Y voy con mi pregunta del principio, ¿qué significa ser libre? Pues significa, nada más y nada menos, que ser tú, ser tú en todos los momentos de tu vida, ser tú en un mundo viejo y nuevo a la vez, y ser tú en momentos que te llevarás en el recuerdo para siempre.
Más allá de “El niño con el pijama de rayas” no conocía la faceta de contador de historias de John Boyne. Cuando me hice con esta novela, lo hice guiado por la historia, por ese halo de ingenuidad y espíritu aventurero que desprendía el argumento. Hay veces que un pálpito te acerca a una novela y te hace que no la sueltes incluso cuando a tu alrededor se desmoronan pequeños cimientos, con la que sabes que te sentirás acompañado. Eso sucede con esta historia en la que un niño nos enseña que, los adultos, tenemos mucho que aprender todavía.
Y es que, ¿quién no ha pensado alguna vez dónde estará ese niño pequeño que olvidamos y que nos sacaba de apuros cuando no sabíamos qué era realmente la vida?