El informe de Brodeck, de Philippe Claudel
Un perturbador libro sobre la alteridad que desvela, a partir de los silencios, las historias ocultas de ruindad y venganza, pero también de perdón y amor, de un pueblo.
¿Recuerdan aquellos mapas de carreteras que todos llevábamos en el coche hasta no hace mucho? Ahora, con los GPS, han dejado de ser necesarios, pero gracias a ellos fuimos capaces de llegar a lugares que ni siquiera sospechábamos que existían. Además, tenían su encanto; parece mentira que dentro de algo tan modesto cupiesen países enteros. Lo malo es que después de desdoblarlos era imposible devolverles su volumen primitivo y ocupaban para siempre toda la guantera del coche.
El informe de Brodeck es como aquellos mapas. Tras leer la sinopsis pensé que se trataría de una buena historia narrada sin complicaciones, una novela para pasar un buen rato, como una agradable excursión de fin de semana a un lugar ya conocido. Pero una vez que el mapa trazado por Philippe Claudel se desplegó ante mis ojos, el paseo se convirtió en un largo viaje del que quizá no haya retorno. Además, al igual que sucedía con aquellos mapas, ya no hubo forma de volver a doblarlo y se quedó en mi memoria para siempre.
El viaje comienza en un aislado pueblo de montaña, cerca de la frontera entre Francia y Alemania. Allí se ha cometido un asesinato: el único extranjero de la aldea, conocido como Der Anderer —El Otro, en dialecto local— ha muerto en la taberna y todos los demás hombres del pueblo se confiesan autores del crimen. Todos menos Brodeck, que no estaba presente. Al día siguiente los aldeanos le encargan (“le obligan” sería un expresión más adecuada) que escriba un informe; están tan convencidos de tener razón, que creen que el relato imparcial de los hechos justificará sus actos si algún día tienen que dar cuenta de ellos. Y para esa labor nadie es más adecuado que Brodeck, no solo porque es el único en la aldea que cuenta con un mínimo de estudios, sino porque en realidad él no es uno de ellos, él también es otro.
A medida que Brodeck escribe el informe sobre la muerte de Der Anderer, escribe también su propio informe, en el que narra su llegada al pueblo —siendo apenas un niño huido de lejanas persecuciones—, su vida allí, su deportación a un campo de concentración. Poco a poco, la historia se ramifica hasta alcanzar a cada vecino, a cada casa y a cada rincón de la aldea. Los hombres del pueblo escuchan la máquina de escribir castañeteando cada noche en la choza de Brodeck y se preguntan qué estará escribiendo.
A fin de cuentas, una aldea perdida en una frontera montañosa es, por naturaleza, un lugar aislado y sus habitantes, gente curtida y reservada. Pero apenas ha pasado un año desde el final dela Segunda GuerraMundial y, con las heridas del conflicto aún sin cicatrizar, el lugar está marcado por los secretos y las rencillas, por dramas que todos, víctimas y verdugos, prefieren olvidar. En estas circunstancias, la desconfianza ha cristalizado en un pacto de silencio autoimpuesto que quizá no pueda sobrevivir al informe de Brodeck.
A pesar de lo hermosa y precisa que es la prosa de Claudel, lo más elocuente en su novela son los silencios. El silencio de quien tiene algo que ocultar y el de quién no se atreve a hablar. El silencio como venganza, como castigo, como perdón. El silencio como arma: el de los hombres del pueblo, taciturnos y hoscos, es temible porque encierra una amenaza; el silencio de Der Anderer lo es porque oculta un misterio impenetrable.
Se teme a quien calla, a quien no dice nada. A quien mira y no habla. ¿Cómo saber qué piensa quien permanece mudo?
Paradójicamente, cuando el silencio desemboca en tragedia, los hombres del pueblo deciden hablar y explicar qué sucedió aquella noche en la taberna. Y eligen a Brodeck para que escriba su informe, que no es sino otra retorcida forma de silencio.
Así que, en contra de lo esperado, El informe de Brodeck no es un thriller en el que se reconstruye un misterioso asesinato ni otra crónica de los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Es una historia sobre los actos ruines que somos capaces de cometer para sobrevivir y también sobre el perdón de esos actos. Pero, sobre todo, es una magnífica novela acerca de la alteridad. En el pueblo viven dos personas que son diferentes al resto: Brodeck trata de que le acepten siendo sumiso, se adapta, se humilla para no molestar, ganándose así el desprecio de los demás, de los normales. En cambio, Der Anderder no sólo no oculta su alteridad sino que, sin aspavientos ni alardes pero sin temor, hace gala de ella. Este, además del desprecio del pueblo, se granjea su odio.
Ambos personajes vienen a ser las dos caras se una misma moneda. Mientras que la trágica historia Der Anderer es un símbolo de independencia, como una fábula alimentada por lo misterioso del personaje, la de Brodeck no puede ser más sórdida y miserable: hasta tal punto les arrebataron todo a él y a los que como él sufrieron el Holocausto que también les privaron de la dignidad.
Aún así, entre tanto horror, Brodeck se aferra a los últimos rasgos de humanidad que le quedan, a los últimos restos de alma que conserva. Su voz, demasiado ingenua para alguien que ha tenido que vivir lo que él —o quizá precisamente por eso—, nos guía a través de la atmósfera asfixiante y claustrofóbica del pueblo, recreada a la perfección por Claudel, para que seamos nosotros quienes encontremos la ruta que nos lleve a comprender por nosotros mismos el drama que ocultan los bucólicos paisajes de la montaña.
Y al final, cuando el lector haya completado su camino en este atlas de cobardía y perdón, de traición y esperanza, de libertad; cuando haya finalizado esta novela perturbadora por su dureza e inolvidable por su honestidad y su mensaje de esperanza, podrá intentar doblar el mapa que le llevó hasta allí y volver indemne a su casa, aunque no sé si será capaz, al igual que yo no lo fui. Por suerte, siempre encontrará otro mapa que le lleve hasta otra buena historia.
Jope! Javier que envidia me das, yo tengo este libro pendiente desde que leí y reseñé “La nieta del Señor Linh”, y hace ya tanto tiempo que casi se me había olvidado, así que gracias por la reseña que además de ser buenísima me sirve de toque de atención.
Un abrazo!
Philippe Claudel es uno de mis pendientes, aunque ya tengo este libro y “Almas grises” en la pila. Las cuestiones que toca el que reseñas son tan interesantes que me han redoblado las ganas de leer al autor.
Estupenda reseña, Javier, ¡un saludo!!
Bueno, Susana, es que yo conocí a este autor gracias a tu reseña de “La nieta del Señor Linh”… ya ves. La verdad es que este libro me encantó. Gracias por tu comentario.
Gracias por tu comentario, Andrómeda. Lo mejor de este libro es que el autor ha sido capaz de tocar temas muy interesantes (varios, porque no se conforma con hablar sólo de las cicatrices del Holocausto) con una historia de esas que te tienen en vilo hasta el final.
Muy interesante la comparación con los mapas y qué bueno que un libro genere esa sorpresa buena, eso de no esperar tanto de él y que como un rayo, se meta dentro nuestro para siempre; saludos!
Así es, Roberto. Cuando al disfrute de la lectura se suma la sorpresa, el libro se vuelve difícil de olvidar. Al contrario, otros que son buenos libros terminan por decepcionarnos porque esperábamos demasiado de ellos. Ojalá pudiéramos empezar a leer un libro sin ideas preconcebidas. Gracias por tu comentario.
La lectura del libro me ha sobrecogido, se te encoje el alma pero no llegas a llorar, así es la prosa de Claudel, te hace reflexionar, meditar, y te sientes reflejado en cada personaje, porque todos sin excepción en unas circunstancias adversas y límites seríamos capaces de olvidarnos de lo más esencial, que somos hombres, y que el que tenemos a nuestro lado es nuestro igual.