El insólito peregrinaje de Harold Fry, de Rachel Joyce
Las decisiones que tomamos a lo largo de nuestra vida nos persiguen como nuestra sombra, eternamente. Sólo podemos aprender a caminar junto a ellas, pisándonos los talones y nuestros zapatos gastados, mientras el asfalto o las aceras nos permiten apoyarnos para seguir caminando. Y como si de un fantasma se trataran, como si el fantasma de un tiempo pasado nos viniera a visitar, nos encontramos muchos veces recordando que aquel camino que se tomó, aquella acción que acometimos, aquella decisión que sabíamos incorrecta, sigue instalada en nuestro cerebro, en nuestro corazón, intentando por todos los medios compensarla de alguna manera. Porque, ¿aunque las decisiones nos acompañen, quién ha dicho que no podemos enfrentarnos a ellas? ¿si lo que hacemos nos persigue como un perro faldero con la lengua fuera, no podemos caminar, echar a andar con ello como si fuera nuestro amigo, no solamente un enemigo?
Harold Fry recibe una carta de una antigua compañera de trabajo. Se muere, y nadie puede hacer nada por evitarlo. Es entonces cuando decide que, para responderla, para pagarle por todo aquello que hizo por él hace años, hará un peregrinaje que le llevará a recorrer muchos kilómetros para salvar a su compañera y para, en última instancia, salvarse él mismo.
Suele decirse que el pasado no existe porque se ha quedado atrás. Pero en nuestra vida, todos sabemos que el pasado es muy gracioso y nos martillea la cabeza con imágenes que quisiéramos olvidar. “El insólito peregrinaje de Harold Fry” es la historia de un viaje, pero no sólo de un viaje a través de paisajes y personajes con los que el protagonista se encuentra en las situaciones más insospechadas. Es esta una novela sobre un viaje interior, sobre intentar reparar el daño que se hizo en un pasado y de reseñar los huecos que la muerte y la melancolía han dejado en los corazones de todos nosotros. Rachel Joyce nos invita a, junto a unos mocasines llenos de barro y la suciedad del camino, observar con nuestros propios ojos que la vida de los demás, de la gente que nos rodea, de los desconocidos que pueblan nuestro entorno y a los que no prestamos atención, está conectada con nosotros de una forma indisoluble, tierna, casi como si fuera una caricia que, al principio no duele, pero que después llega a doler de lo hermosa que es. Encontrarse hoy en día con una historia amable, tierna pero dura a la vez, supone darte cuenta dentro, muy dentro de tu pequeño cuerpo, qué razones te impulsan a vivir, a reconocer a la persona a la que amas como aquél o aquélla por el que darías la vida, el último suspiro, el aliento más absoluto, para llenarte de él en cada poro de tu piel. Porque, ¿no habéis pensado alguna vez que, en este mundo tan rápido, estamos perdiendo la capacidad de relacionarnos?
Siempre me han gustado los viajes. Para mí, son como pequeños oasis en los que descubrir algo nuevo, algo que no te habías parado a plantearte. Porque en los viajes, no sólo está el destino, sino lo que dejas atrás, lo que permanece en tierra esperando a que vuelvas, a que recuperes tu vida y la agarres con tanta fuerza que incluso te duela el pecho. Rachel Joyce nos habla de las personas que nos esperan, de aquellas que se fueron injustamente, pero que permanecen siempre, sin inmutarse, con las que hablamos, a las que pensamos, a las que sentimos fuerte, profundo, inmersos en nuestra vida. Y es que, “El insólito peregrinaje de Harold Fry” no es sólo un viaje de ida, sino también de vuelta. Porque tan importante es saber a dónde vas, como saber de dónde vienes.
¿Acaso no son importantes los recuerdos, aunque sean dolorosos? ¿Acaso no nos es imprescindible saber recordar?
Salamandra es una de esas editoriales de las que me leería y compraría todos los libros jejejej ya sea por la encuadernación -que me encanta- o la temática.
Este me lo apunto, ya había leído alguna opinión sobre él y me llamó la atención.
Besotes