Cada marzo, una tradición única en el mundo tiene lugar en Valencia: en los cruces y plazas se erigen fallas. Más de setecientos cincuenta monumentos satíricos, enormes jardines de cartón, se apoderan de las calles, convirtiendo a Valencia en una impresionante exposición de arte e ingenio, además de en una ciudad peatonal sin ley. Porque en Fallas todo vale: que las carpas de los falleros te cierren el paso al garaje, incluso semanas antes de que empiece la fiesta; que una pandilla de críos juegue con mecheros y pólvora; que las verbenas acaben a las tantas de la madrugada y, en cuanto logres conciliar el sueño, te despierten con petardos al amanecer, aunque sea día laboral. Hasta que la noche del 19, San José, todos esos monumentos fastuosos quedan reducidos a cenizas en tan solo unos minutos, mientras las Falleras Mayores lloran porque se acaba su reinado. Tras días de estruendo, la ciudad enmudece por unas horas. Pero al día siguiente renace de nuevo, pensando en cómo superarse el próximo año. Valencia en Fallas es una fiesta incomparable, y ya no solo lo decimos los valencianos, que somos de aparentar mucho, sino la Unesco. Por algo será.
Una tradición tan peculiar —incomprensible para muchos turistas y para más de un valenciano— bien merecía una novela. ¿De qué género? Negra, sin duda, en honor a todos esos que manejan los hilos. Y Santiago Álvarez la ha escrito, tras el exitazo de La Ciudad de la Memoria, la primera aventura del detective Mejías y su ayudante, Berta, en la Valencia actual, que publicó en 2015. En esta segunda investigación, la trama se desarrolla durante esos días en los que Valencia arde. En una carrera contrarreloj, en la que varios casos se solapan, la Nit de la Cremà puede suponer también el fin de la agencia de Mejías.
Hay dos tipos de valencianos: los que adoran las Fallas y los que las detestan. Tanto a unos como a otros les gustará El jardín de cartón. A los primeros, porque les contará los orígenes de la fiesta, recreará las sensaciones que solo una buena mascletà provoca, los hará perderse por los pasillos de la Exposició del Ninot o les desvelará qué pasa dentro de un casal de Sección Especial. A los segundos, porque se sentirán identificados con los pensamientos de Mejías, que solo ve los inconvenientes y el caos que conllevan, y con las duras críticas que exponen otros personajes sobre el clasismo y la autocomplacencia que se esconden tras los adorables ninots. De igual manera, este libro será del agrado de los enamorados de Valencia y de los que deseen descubrirla, pues acompañarán a los protagonistas por las callejuelas del centro, en la subida al Miguelete o en la visita a la Albufera. Y, cómo no, El jardín de cartón también será del gusto de los lectores del género negro. El detective Mejías es un personaje carismático, socarrón y extravagante, y la química con Berta, de lo mejor de la novela: real y hasta entrañable. Porque puede haber una pareja protagonista que nos mantenga pegados a las páginas sin necesidad de que haya tensión sexual no resuelta, y Santiago Álvarez nos lo demuestra página tras página.
El jardín de cartón es como una buena falla: tras el humor burlesco de cada escena y diálogo, hay una crítica al poder y a las injusticias. Un divertimento si se lee como tal, pero que no deja indiferente, que pica, si uno presta atención a los detalles. Mejías y Berta culminan su aventura entre fuegos de artificio y cenizas, para quedarse en silencio al acabar la última página. Pero estos grandes personajes renacerán pronto. Santiago Álvarez ya está planeando su siguiente caso. Tendremos que esperar para saber si se supera.