El jardín secreto, la novela escrita en 1911 por la autora británica Frances Hodgson Burnett, es ya un clásico de la literatura juvenil. Fue adaptada cinematográficamente en 1993 y este verano volverá a la gran pantalla. Quizá por eso copa de nuevo los escaparates de las librerías en varias ediciones. Entre tanta variedad, yo me he decantado por la edición íntegra de Alfaguara Clásicos, ilustrada maravillosamente por Elisabeth Moreno.
Hasta ahora, solo había visto de pasada alguna escena de la película de los años noventa y leído un capítulo de la novela en Cuentos de buenas noches para adultos estresados (otro libro con una edición increíble), por lo que, realmente, no conocía detalles sobre la historia. Y lo que he encontrado en El jardín secreto son los elementos habituales de este tipo de novelas: niña de diez años que se queda huérfana y debe irse a vivir con un pariente que no conoce y que reside en una misteriosa mansión.
La huérfana en este caso es Mary Lennox, el pariente es su tío, un hombre jorobado y que apenas se deja ver, y la misteriosa mansión se llama Misselthwaite, tiene seiscientos años de antigüedad, está ubicada en el extremo del páramo y la mayoría de sus cien habitaciones permanecen cerradas con llave. Pero lo que realmente hace especial a la casa son los jardines que la rodean, en concreto uno, inaccesible y abandonado desde hace diez años.
Como digo, El jardín secreto cuenta con personajes y lugares que hemos visto en otras tantas historias, sin embargo, Mary Lennox está lejos de ser la clásica protagonista adorable. Me llamó la atención que, desde la primera página, la describe como repelente, feúcha y mala. Salta a la vista que a Frances Hodgson Burnett no le gustaban los niños mimados y su forma de decirlo sin tapujos me recordó a Roald Dahl, quien tampoco se cortaba a la hora de criticarlos.
También he disfrutado con la sutileza con la que rompe los tópicos de belleza e inteligencia. A través de la evolución de los personajes, Frances Hodgson Burnett nos enseña que para verse guapo basta con llevar una vida sana y una sonrisa y que para ser sabio y educado no es necesario tener estudios ni una clase social alta.
Que la niña resulte insoportable desde el primer momento es clave para valorar su conversión, pues en una de las habitaciones de esa misteriosa casa y en ese jardín abandonado desde hace diez años descubre la magia de la naturaleza y de la amistad, de la mano de un personaje que es todo lo contrario a ella: Dickon, un niño pobre de doce años, amante de la flora y la fauna.
No negaré que, en algunas partes, la narración me ha parecido demasiado explicativa y repetitiva, pero lo achaco a que se dirige a un público infantil-juvenil y, a veces, se peca en reiterarles el mensaje para que les quede claro. Independientemente de eso, cumple su misión de transmitir valores positivos y lo hace sin pasarse con los edulcoramientos, lo que es de agradecer. Una lectura que animará a mayores y pequeños a disfrutar de la naturaleza y de sus amigos.