El joven Moriarty y la planta carnívora, de Sofía Rhey
¡Vuelve Moriarty!, ¡vuelve Moriarty! Desde que cerré la anterior entrega de las aventuras del joven Moriarty (El misterio del Dodo) fantaseaba con la idea de salir un día a la calle y cruzarme con niños con gorra abultada y periódicos en formato sábana voceando a diestro y siniestro la vuelta de este añorado personaje. Con el acento cockney de Sam Weller, claro. No les voy a engañar, no es que mi fantasía se haya cumplido de forma literal pero no por haber cambiado los voceros por un correo electrónico la ilusión ha sido menor. La perspectiva de pasar un rato en compañía de Moriarty, Arabella, Watson y Frau Weiss, un rato tan extraordinariamente divertido como cabe esperar, eclipsa cualquier otra consideración. Pero no desespero, tal vez para la tercera entrega, que no me cabe duda de que la habrá en parte porque la lógica deductiva del personaje me haya contagiado y me atreva a inferirlo del propio texto de El joven Moriarty y la planta carnívora y en parte, todo influye, porque las últimas palabras impresas en el libro sean “James Moriarty regresará…” No es por presionar a Sofía Rhei pero yo ya estoy impaciente.
Uno de los aciertos (uno de los muchos, quiero decir) de las entregas, hasta ahora dos, del joven Moriarty son los personajes reales que aparecen en la historia. En este caso y leídas previamente sus tribulaciones con el pájaro Dodo uno las busca impaciente, ventajas del reincidente, y no se decepciona. Mantener el nivel era difícil, pero superarse con el hallazgo narrativo del joven Bram Stoker es más que notable. No les descubro más, aunque los hay e igualmente brillantes. Y alguna sorpresa extraordinaria.
Los ingredientes son parecidos, los retos entre los hermanos, las tramas delirantes, los personajes peculiares (incluyo aquí los nombres, siempre hay alguno prodigiosamente divertido como Apium Coriander), la brillante ambientación anglófila y lo remarcable es que no han perdido un ápice de fuerza de la primera entrega a esta segunda. Sofía Rhei ha encontrado un registro narrativo con el que disfruta tanto como hace disfrutar, porque no imagino que un libro como éste se pueda escribir sin grandes dosis de diversión. Pero son libros que no se agotan en el humor y la intriga, son piezas deliciosas brillantemente construidas, impagables en nuestros días.
Y las ilustraciones, claro, las extraordinarias ilustraciones de Alfonso Rodríguez Barrera sin las cuales el joven Moriarty sería ya difícilmente concebible como ocurre cuando lo que se ilustra no es tanto la trama como el espíritu de la historia y los personajes.
El joven Moriarty y la planta carnívora comienza ya lanzado, tras sólo dos entregas los personajes se han hecho tan familiares que uno entra en la historia con la naturalidad del que no ha salido nunca de ella. Les puede parecer exagerado pero pienso que tengo la sensación con el joven Moriarty que puedo imaginar que tenían nuestros padres con aquellos libros de aventuras con los que crecieron, no sé, los cinco o los que correspondan en cada caso. Aunque me hayan pillado con unos cuantos años y Sofía Rhei sólo nos haya regalado de momento dos entregas siento como si hubiera crecido con ellos, he establecido con James Moriarty unos vínculos de cariño y simpatía como sólo (o casi) es uno capaz de establecer con los personajes que le acompañan en su infancia y adolescencia.
La trama está bien construida, las piezas encajan a la perfección y la intriga se dosifica con maestría. Quiero decir que quien no conozca en personaje y no sea dado a establecer estos vínculos sentimentales que yo no puedo evitar con los seres de papel, El joven Morarty y la planta carnívora funciona igualmente bien tanto como historia de intriga como de humor. Permítanme que no les desvele nada más y me despida con un sencillo pero indicado tópico: pasen y vean.
Andrés Barrero
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