El juego de la luz es la séptima novela de la serie protagonizada por Armand Gamache, el inspector jefe de la Sûreté de Quebec, y por los pintorescos personajes que pueblan el idílico microcosmos de Three Pines, esa pequeña localidad que viene a ser la representación y condensación de todos los prodigios paisajísticos, naturales y antropológicos que la imaginería contemporánea atribuye a Canadá. En realidad, a mí me parece más bien un trasunto literario de Cicely, aquella localidad de los prodigios donde todo era posible, desde lo humano a lo divino, pasando por lo mágico; todo, incluso descubrirse, conocerse y amarse a uno mismo. Las aventuras de Gamache y del pequeño universo de Three Pines no son tan bienhumoradas, desde luego, pero algo de ese misticismo muy humano hay también aquí; en realidad, ¿de qué otra cosa trata una novela, cualquiera que ésta sea, si no de la lucha del hombre por reconciliarse consigo mismo y con la vida? Presidiendo este proceso de transformación interna está una maga de la literatura, Louise Penny, que, al igual que unos pocos escritores más, nos demuestra que un literato de verdad puede permitirse cultivar cualquier género, hasta los más menospreciados y considerados de menor categoría, porque el resultado no será una novela de género, sino una novela a secas.
Louise Penny es una escritora singular. Me recuerda mucho a otra autora que estoy releyendo estos días, P.D. James. Ambas son como las dos caras de una moneda: totalmente opuestas en su visión de la vida y de las personas, pero siamesas en estilo, preocupaciones, cuidado por el detalle, inteligencia y sensibilidad. Donde P.D. James veía motivos para la desesperanza, Louise Penny ve motivos para la compasión y el perdón, para las segundas oportunidades. James no daba tregua a sus personajes y no sólo los retrataba cruelmente, sino que cercenaba poco a poco todas sus posibilidades de triunfar en la vida, contagiándonos gradualmente a los lectores ese sentir tan desilusionado y misantrópico. Penny, por el contrario, quiere ostensiblemente a sus creaciones, incluso a aquellas más carentes de valores y cualidades positivas que las hagan entrañables a ojos de los demás, ni que decir tiene que a los del lector, que no suele ser juez misericorde con aquello que lee. En el caso de El juego de la luz, hay muchos personajes que necesitan esa compasión, pues la historia que en la novela se nos narra es una historia de pecados, de rencores, de odios enconados, de asesinato. Pero también es una historia de perdón, de cómo es posible perdonarse a uno mismo y a aquellos que nos han hecho daño hasta el punto de trastocar el curso de nuestra vida, de decidir nuestro destino o de diezmar nuestra confianza y nuestra capacidad de amar a los demás y a nosotros mismos.
Por estas páginas veremos pasar personajes -muchos de ellos viejos conocidos, si hemos leído anteriores entregas de la saga de Gamache: el matrimonio Morrow, unido y separado por el arte; Olivier y Gabi, regentando el bistrot donde se reúnen los vecinos y amigos de Three Pines; la genial y malhumorada poeta Ruth; Myrna, la psicóloga urbanita reconvertida en librera rural; y también la familia y compañeros de trabajo de Gamache, con especial protagonismo para su segundo y hombre de confianza, Jean-Guy Beauvoir-, una investigación que llevará a Gamache y su tropa desde Three Pines hasta la ciudad, desde el jardín de Clara Morrow hasta galerías de arte y reuniones semisecretas; también veremos y observaremos los estragos que causan los traumas, los sentimientos reprimidos, la impotencia, el no saber; y comprobaremos una vez más, como ya sabíamos, que el perdón no equivale al olvido, ni viceversa, y que el pasado tiene una sombra muy alargada. El crimen que origina el misterio que Gamache habrá de resolver -ha aparecido un cadáver en el jardín de los Morrow justo en el día en que Clara celebra su puesta de largo como pintora, algo que, por otra parte, ya le tiene revuelto el hogar, ya que su marido, también pintor, se sabe secretamente no tan bueno como ella; he ahí otro caso que se desarrolla en la novela, aunque nuestro buen policía no tiene parte en él- saca a la palestra una serie de emociones, recuerdos y verdades que han permanecido relegados a un rincón, pero no olvidados, y que ahora desvelan ser como una telaraña que une a los personajes unos con otros en relaciones que no son complicadas, es más, son muy sencillas, pero han permanecido ocultas durante mucho tiempo, con el resultado de una persona muerta violentamente.
Louise Penny transmite serenidad tanto en sus fotos como en las reflexiones y sucesos cotidianos que comparte con sus seguidores en sus redes sociales; y esa misma serenidad preside su obra, muy especialmente ésta. El juego de la luz nos presenta un misterio de menor vuelo que aquella magnífica obra titulada Una revelación brutal; pero es un misterio con elementos con los que es más fácil que el lector se identifique. Puede decirse que es seguro que se identificará, porque es una materia completamente terrenal. Todo el mundo sabe de primera mano lo que es la enemistad, la traición, la ruptura de la confianza en otro, sentirse víctima cuando se ha sido, en efecto, inequívocamente víctima de otro. El odio que inflama los corazones agraviados en El juego de la luz es tan grande, que se diría que la autora guarda un recelo reverencial a desvelar su verdad. Porque es un odio muy humano, muy comprensible. El odio puede generarnos rechazo, y sin embargo hay un tipo de odio que cualquier persona ha sentido probablemente al menos una vez en toda su vida.
Y hay numerosos conflictos de menor gravedad que se nos describen con una sensibilidad de poeta. El más llamativo de ellos es el shock que sacude el matrimonio, por lo demás modélico, de los Morrow. Y su origen es perfectamente común: los celos de Peter hacia su mujer, Clara, que se ha revelado como una artista sublime. La intriga por saber si esos celos son más fuertes que el amor de la pareja no es nada desdeñable, y ello se debe enteramente a que la pluma de Louise Penny sabe con exactitud cómo dibujar las escenas de los pequeños enfrentamientos, los gestos inhabituales que delatan un sentimiento inconfesable, los desencuentros entre dos personas que han compartido toda una vida y que ahora se ven como extraños. Una materia prima tan común se convierte en oro de la mano de Louise Penny.
Como en el resto de novelas que conforman la serie de Gamache, el lugar adquiere una importancia crucial. El microcosmos de Three Pines es a la vez santuario y pequeño infierno; es ambas cosas de forma no alternativa, sino simultánea; es retiro dorado y es agujero demencial; es paraíso y es averno. Las fuerzas purificadoras de la naturaleza y la energía regeneradora de la amistad verdadera, la buena vecindad y el compañerismo aparecen en pugna una vez más.
El juego de la luz es una novela altamente recomendable tanto para lectores que busquen entretenimiento y suspense veraniegos como para aquellos que estén dispuestos a sumergirse a mayor profundidad.
Tiene muy buena pinta. Muchas gracias por la reseña. Me la apunto.