Bruja. Según la RAE la palabra, en su tercera acepción, significa: persona a la que se le atribuyen poderes mágicos obtenidos del diablo. Yo, quizá por mi tendencia a la imaginación o, simplemente, por mi capacidad de evocación de personajes femeninos en la literatura o el cine, me viene a la mente la bruja mala del oeste de El mago de Oz. Pero no es de eso de lo que vengo a hablar. Acercándonos un poco más a lo que la Real Academia de la Lengua Española nos ofrece, he de decir que siempre he estado intrigado por aquella época en la que las mujeres eran consideradas brujas, eran perseguidas, algunas condenadas a muerte y repudiadas de sus pueblos y familias por creencias que mucho tienen que ver con la cultura unida a la superstición. En esa materia nos mete de lleno El libro de las brujas que, para mí, ha sido uno de los libros más esperados desde que conocí su existencia y que he ido leyendo poco a poco, casi a sorbos, para que no terminara. ¿Sabéis a qué sensación me estoy refiriendo, verdad? Esa misma. La de que un libro te esté gustando tanto que seas incapaz de seguir, pero a la vez no puedas parar, y que al llegar al final pienses que se ha quedado un pequeño vacío que no sabes muy bien cómo llenar. Y es que este libro nos habla de la realidad, de lo que sucedió, y de un tiempo tan oscuro como interesante para entender muchas otras cosas que no parecen estar relacionadas, pero que sí lo están. Pero vamos a ello antes de adelantar acontecimientos.
Aquel que decida entrar en el mundo que nos propone Katherine Howe en El libro de las brujas tiene que tener la mente abierta, olvidarse de las concepciones que ya tenía en un principio, y empezar a leer como si hubiera hecho tabula rasa. Digo esto porque yo creía tener una idea bastante exacta de lo que eran las brujas, o de lo que eran las denominadas brujas en tiempos pasados, pero al ir leyendo fui descubriendo muchas otras cosas no sólo de esta figura arquetípica sino de la sociedad que las conjuraba y quemaba. Porque lo que aquí se nos va a presentar en una contextualización de la época pero también extractos de algunos casos y juicios de brujería más o menos conocidos y que nos permite echar un vistazo no sólo a lo que en aquella época se denominaba brujería, sino también a lo que en una sociedad patriarcal – no hay que olvidar, como ya decía al principio, que muchas de las cosas que sucedieron venían enlazadas con otros conceptos como feminismo y machismo – se daba y que, sin llegar a extremos semejantes pero sí con pequeñas ascuas que aún siguen latentes, se mantiene hasta nuestros días. ¿Sorprendidos por lo que estoy diciendo? Quizás no lo tendríamos que estar tanto cuando vemos ciertas cosas en nuestro día a día.
Tiendo, como creo que hace casi cualquier lector que se precie de serlo, a unir unas lecturas con otras; a comprender la realidad y lo que nos depara a través de algunas lecturas que os explican, por mucho que se trate de épocas pasadas, lo que nos sucede en la actualidad. Y es muy posible que varios de los conceptos que se estudian en este libro no tengan que ver con lo que pasa hoy en día – aspiro a pensar que las cazas de brujas se dejaron de practicar hace mucho tiempo – pero lo que nos explica Katherine Howe va mucho más allá de una simple exposición de casos de brujería en Inglaterra y en las colonias norteamericanas. Por tanto, creo que este libro puede tomarse desde dos perspectivas bastante diferentes – aunque no excluyentes entre sí -. La primera, como un compendio de lo que supuso la culpabilización y la denuncia por brujería en las mujeres de la época o como un estudio que, por detrás, velado por un telón de superstición que enmascara lo que de verdad importa, nos enseña los prejuicios de una época, la concepción de la figura de la mujer, la incapacitación para decidir por sí misma de la mujer y otras muchas cosas que, si esto fuera una clase de teoría feminista o de género, daría para un debate mucho más extenso. Cada lector tiene la posibilidad de verlo desde el prisma que quiera. Yo, si se me permite la opinión, he disfrutado de la lectura de las dos formas. La primera más lúdica, la segunda más aleccionadora.