Hay páginas que sobrecogen. Te dejan tiritando, como si un escalofrío lo hubiera impregnado todo y, al terminarlas, al llegar a un punto final – que nunca lo es del todo – te hagan comprender que lo que has leído ha causado un impacto mucho mayor del que esperabas. Hay relatos que dejan huella, que convierten un paso en una especie de marca que, con el paso del tiempo, se mantiene ahí, eterna, como si de una cicatriz se tratase y la costra, el recuerdo de lo que ha sido el dolor y el momento de la herida, se quedara contigo para siempre. Hay escenarios que, quizás por corrientes, resulten más perturbadores de lo que nos gustaría reconocer, invirtiendo el significado real de lo que nos habían parecido y transformándose, a través de la lectura y la visión, en un pequeño pasaje del terror del que salimos completamente cambiados. Algo así podría traducirse de la lectura de El libro de los espantos que, a través de sus pequeños relatos y de sus dibujos, ponen al lector en una posición que no se esperaba en un principio. Porque leer, a veces, se convierte en una experiencia que va más allá de cualquier emoción conocida. Porque el espanto, el horror, el terror cotidiano, es el que hace que nuestra mente se colapse y, como en las ilustraciones que acompañan a cada uno de los textos, nuestra cara sea la única evidencia de que vivir, en ocasiones, es lo mismo que morir a cada minuto. Aunque no nos demos cuenta de ello.
He de reconocer lo siguiente: me hice con este libro por Pablo Gallo. No es que no me haya quedado encantado con los textos de Beñat Arginzoniz pero sigo la trayectoria del primero desde hace ya un tiempo y, cuando veo algún dibujo, pintura, u obra de arte que esté firmada por sus manos, yo corro a hacerme con él. La historia de mi encuentro con El libro de los espantos es la historia de una casualidad que, después de llevar unos meses en mi nueva vida, hizo que me encontrara con la publicación al pasear por una librería del centro. Y cogí el libro, y lo devoré en poco tiempo, y me vi sacudido por su irremediable mensaje de horror cotidiano, de miedo exacerbado, de relatos que son como balas disparadas a matar, de frases que dañan aunque no sea de muerte, pero que convierten al lector en un espectador más de lo que somos y dejamos de ser, a cada instante, a cada puñetero minuto de nuestra existencia. Lenguaje poético, trascendencia absurda, muerte inherente al ser humano, y un camino que nos lleva al miedo a través de los dibujos que acompañan cada uno de los textos. Eso es el resumen de lo que uno se encuentra dentro de este minúsculo libro que, en esencia, es mucho más grande que algunas de las novelas que se publican hoy en día.
Me he aficionado, últimamente, a leer relatos. O, si se quiere, a leer microrelatos. Supongo que dentro de estas elecciones está mi falta de tiempo, la necesidad de leer algo que, en una extensión corta, me permita encontrar otras voces que no había podido encontrar hasta ese momento. Y la voz de Beñat Arginzoniz es de esas que, por su extraordinario poder para captar la atención del lector, dejan en evidencia que poco importa la extensión cuando lo que se tiene que decir es de vital importancia. Pero si a todo esto se le suma la magistralidad con la que Pablo Gallo ejecuta cada pieza de arte que lleva a cabo, la combinación hace que el libro se acerque a la matrícula de honor, que la roce con sus dedos, aunque se sepa de antemano que la perfección no existe, que es un invento para crear seres indefensos. El libro de los espantos consigue atraparte en una tela de araña que no va a ser liviana, que no va a terminar contigo sonriendo al cerrar el libro. Porque el espanto, esa palabra que navega entre todos los signos de puntuación de los pequeños viajes a los que nos invitan los dos autores – cada uno en su forma y fondo -, es una sensación que todos hemos vivido, que todos hemos sentido, que nos enseñan desde que somos pequeños y que nos acompaña, como un invitado inesperado, por las aceras que a veces intentan tragarse nuestra inocencia. ¿No es de recibo que, si una publicación te deja en silencio, se diga? Esta lo ha hecho. Porque de la misma forma que el miedo sirve para que huyamos, a veces, ese mismo sentimiento sirve para que nos encontremos con genialidades que, sin esperarlo, convierten un día de mierda en la mejor de las casualidades que puedes encontrarte.