Si algo define la vida humana, es el terror ante la muerte. El libro de los filósofos muertos, de Simon Critchley, parte de la suposición de que ese miedo hace tambalear muchos de los axiomas que rigen nuestra forma de vida y que a unos les da por evadirse, entregándose a los placeres mundanos, y a otros por huir, creyéndose las promesas de inmortalidad que ofrecen las religiones. Sin embargo, la filosofía mira de frente a la muerte. Cicerón decía que «filosofar es aprender a morir», y en El libro de los filósofos muertos, Simon Critchley pretende demostrarlo contándonos qué filósofos fueron coherentes hasta el último aliento con sus concepciones sobre la muerte .
Saltando de muerte en muerte, Simon Critchley nos hace recorrer la historia de la filosofía. Comienza con Tales, en el siglo VI a. C., y llega hasta la actualidad, para hablarnos de presocráticos, fisiológicos, sofistas, platonistas, cirenaicos, aristotélicos, cínicos, escépticos, estoicos, epicúreos, filósofos chinos clásicos, romanos, neoplatonistas, cristianos, musulmanes, judíos, de la Edad Media, del Renacimiento, de la Reforma, de la revolución científica, racionalistas, empiristas, materialistas, sentimentales, alemanes, estadounidenses, analíticos, continentales… que suman, más o menos, ciento noventa filósofos. El autor incluye opiniones propias, confronta las posturas entre diferentes filósofos y no se corta en narrar sus vidas y muertes con pinceladas de humor negro. Así descubrimos que Bacon murió por empirismo, que Empédocles se lanzó al monte Etna para demostrar los rumores de su inmortalidad y por qué los pitagóricos preferían morir antes que pisar un campo de habas.
Comentar las muertes de los filósofos, unas veces, nobles y virtuosas, y otras, abyectas o cómicas, da pie a contar otras curiosidades y anécdotas sobre sus filosofías y sus vidas. Me ha sorprendido enterarme de que hay consenso en que Pitágoras nunca existió, que se burlaban de Aristóteles porque ceceaba, que Diógenes vivía en un tonel y se masturbaba en mitad de la plaza, de lo extremista que era la neurosis obsesiva de Kant, de que tiraron el cadáver de Voltaire a la basura, del último gesto de amor que Simone de Beauvoir dedicó a Jean-Paul Sartre durante su velatorio o de que Alfred Jules Ayer salvó a Naomi Campbell de las garras de Mike Tyson.
Que nadie crea que este enfoque de la filosofía y la muerte es frívolo. Simon Critchley sabe mantener el equilibrio y da un paso más para reflexionar sobre la existencia de Dios y el derecho al suicidio, temas que aparecen inevitablemente al ahondar en la visión filosófica de la muerte. Y es revelador ver cómo han ido variando los puntos de vista a lo largo de los años.
En definitiva, El libro de los filósofos muertos es un análisis peculiar de la historia de la filosofía y una humanización necesaria de sus máximos representantes. Simon Critchley consigue su doble propósito: por un lado, hacernos ver que «la vida no es nada en comparación con la eternidad de nuestra muerte» y que el miedo a morir nos esclaviza; por otro, que es mejor reírnos de esta limitación, porque aprender a morir puede enseñarnos a vivir. Y no hay aprendizaje que merezca más la pena que ese.