«El libro de los muertos tibetano es el tratado escatológico que con mayor precisión ha descrito todos los fenómenos que encontraremos tras nuestra muerte». Esto es lo primero que leemos en la sinopsis de un libro que lleva siglos y siglos enseñando a morir. Yo, que siempre he creído que los libros enseñaban a vivir, me sorprendo ahora con uno entre las manos que hace todo lo contrario: enseñar a morir.
Y es que El libro de los muertos tibetano – o Bardo Thödol –, descubierto en el siglo XIII pero existente ya desde siglos anteriores, es un seguido de pautas a seguir para autorrealizarse tras el fallecimiento. Situado en el contexto de las sagradas escrituras del Tíbet, esta obra es una parte de ellas y un manual de obligado uso para todos los seguidores de la religión tibetana. Como si se tratara de una guía, estas enseñanzas son dictadas al oído del fallecido con el fin de encaminarle hacia el sendero de la propia realización espiritual, evitando la reencarnación, salvando el alma de los cuerpos físicos, alcanzando el nirvana.
A través de tres fases, como si fueran tres oportunidades, el muerto tiene la posibilidad de salirse del ciclo de las reencarnaciones, siempre ayudado por su guía, su maestro o la persona de confianza que le marca el camino a seguir con este libro en las manos. Es un tanto extraño saber que estás leyendo algo que se ha recitado a muchos muertos a lo largo de la historia, algo que narra el proceso de la defunción, de cómo el alma se separa del cuerpo, de la lucha contra las deidades – apacibles por un lado e iracundas por otro –; en definitiva, del proceso de la muerte. Mediante estas fases, descritas y explicadas previamente y de forma exquisita por Ramon N. Prats en la introducción, el alma del difunto trabaja para orientarse en un espacio confuso e inexplicable como es lo que hay más allá de la muerte. ¿Te imaginas que alguien te contara qué tienes que hacer justo cuando notes que estás muerto? Pues este libro lo hace.
Una de las partes más importantes de esta edición, sin duda alguna, es la introducción de Ramon N. Prats, en la cual nos explica que es la primera vez que esta obra se traduce directamente del tibetano al español y donde nos habla de las adaptaciones que ha llevado a cabo, las notas que ha decidido incluir, y el tipo de vocabulario manejado.
En definitiva, debo decir que es sorprendente la lectura de El libro de los muertos tibetano, sobre todo para alguien que desconocía su existencia. Suele repetirse en su interior que la persona debe leer y releer estas enseñanzas en vida para que le sea más fácil el camino al morir. También se suele decir, esto ya no dentro del libro, que todos los miedos que sufrimos los humanos nacen del mismo: el miedo a morir. Espero, después de haber quedado sacudido por este extraño y confuso panorama que ofrece la obra, que haya perdido un poco el miedo, que haya quedado dentro de mí algo que me avise de la finitud de mi cuerpo o, por lo menos, algo que me ayude a reconocer que habrá un momento en que yo – o una parte de mí – diga para siempre adiós.