Reseña del libro “El libro de todos los amores”, de Agustín Fernández Mallo
Vuelve a las librerías Agustín Fernández Mallo y con él, claro, vuelven las dificultades para cualquiera que quiera explicar un poco de qué va su libro. Rompiendo con géneros, formas y estructuras o pilares básicos a los que la gran mayoría pueden estar acostumbrados a hacer frente a la hora de abrir un libro, Fernández Mallo es de aquellos autores a los que les gusta jugar con el lector, que exigen un lector activo para sus obras, que piden ciertas ganas para todo aquel que se anime a leerlo. Y en El libro de los amores, publicado por Seix Barral, no podía ser de otro modo. Agustín Fernández Mallo sigue en forma.
Hace unos días vi una entrevista que le hicieron al autor por televisión. Allí, él, a modo de resumen, decía que este libro podría verse como una especie de Pantone o de enciclopedia de microamores. Y la verdad es que, tal y como le confesaba el entrevistador, eso es lo que es el libro y el título del propio es el resumen perfecto de lo que nos encontramos en él. Porque en El libro de todos los amores hay eso, todos los amores o, si no todos, muchísimos. Dividido en cuatro partes, todas se configuran de la misma forma: un inicio donde se intercala el diálogo de dos amantes que han vivido lo que se llama el Gran Apagón (una especie de fin del mundo) y que desde esa posición se confiesan sus sentimientos haciendo alarde del talento poético de Fernández Mallo. Esto vendrá acompañado de pequeños discursos, pequeñas teorías sobre el amor, siempre cerradas con el tipo de amor del que nos está hablando. Y ahí nos encontramos con el «Amor Mandíbula», el «Amor Cristalizado», el «Amor orgasmo rápido a la antigua» o el «Amor Antropoceno», y así con más de un centenar. Mezclando teorías científicas con obras de arte, tecnologías avanzadas con culturas clásicas, Fernández Mallo se erige como catalogador del amor, como el mayor experto en tipos de amor en el mundo.
Y la cosa no acaba aquí, porque cada parte se cierra con la historia de una pareja de Montevideo que viaja a Venecia (en un libro sobre el amor, qué ciudad si no) para pasar unos días de vacaciones y donde la mujer se encuentra con un marido que decide quedarse allí a vivir, con un lynchiano y fantasmagórico embajador (para mí, el mejor personaje), con una vida rota, un mundo que desaparece y la única esperanza de que ellos, como una suerte de amantes originales, de pareja bíblica contemporánea, sean quienes lo salven.
Al final, una esfera formada de discos de vinilo nos dará la clave a base de música (o de ruido, porque «el ruido es música que aún no entendemos») de ese fin (¿o inicio?) del mundo que parece tan cerca y a la vez no llegar nunca. La gente se está quedando ciega por momentos, la ciudad de Venecia está colapsando, y nosotros, los lectores, contemplamos la belleza de un mundo roto, un mundo que al romperse deja pasar por sus grietas la luz más especial, más importante, más básica y vital, la luz del amor. Me da miedo haber cerrado el libro y que ya no quede más amor por vivir que el que había ahí dentro. Pase esto o no, qué monumental trabajo (y qué delicia literaria) ha creado Agustín Fernández Mallo en El libro de todos los amores.