En cuanto comencé a leer El mal de Penélope, la segunda novela de Gustavo Hernández Becerra, me vino a la cabeza Cinco horas con Mario. Al igual que Carmen Sotillo, la protagonista de la novela de Delibes, María, la protagonista de El mal de Penélope, echa en cara a su marido, José Ignacio, su falta de oficio y de moralidad, y todas las miserias que les ha tocado vivir por ello. Un monólogo dirigido a él, que ya no puede defenderse, y a un jurado imaginario, ante el que ella es víctima, acusadora y abogada defensora. Y con sus revelaciones, no solo nos muestra los conflictos y carencias sufridos por su familia, sino que también retrata la sociedad y época en las que se han producido. A diferencia de Carmen Sotillo, que resulta odiosa desde el primer momento, es fácil empatizar con María, aunque, en más de un episodio, su pasividad resulte exasperante.
Tan entregada estaba al monólogo de María que, cuando la novela da un vuelco justo a mitad, me quedé descolocada y me olvidé por completo de la semejanza con Delibes. Y es que un tercer personaje se adueña de la narración para desmontar (o intentarlo, al menos) la versión de los hechos dada por la protagonista.
Reconozco que no me gustó ese cambio de narrador. Durante muchas páginas, eché de menos a María: sus reflexiones, su rencor acumulado y su frustración al repasar los acontecimientos de su vida. Quizá por eso no llegué a conectar con el segundo narrador. Sin embargo, se me hicieron evidentes las referencias literarias a las que apunta el título. Porque sí, El mal de Penélope alude a La Odisea y al complejo que se ha acuñado con el nombre de uno de sus personajes femeninos. María es como Penélope: se ha pasado su juventud esperando el regreso de su esposo y el perdón por su abandono, sin tomar las riendas de su vida en ningún momento. Por supuesto, José Ignacio es Ulises, aunque la versión de Gustavo Hernández Becerra no tenga nada de heroica. Tampoco falta Polifemo, el famoso cíclope, pero, en esta novela, no es vencido por Nadie… o puede que sí, según se mire.
Por si estas referencias literarias no bastaran para que El mal de Penélope adquiera varios niveles de lectura, hay un juego narrativo más: el escritor de la novela es increpado por uno de los personajes. ¿Guiño a Niebla, quizá? Aunque esta comparación es aventurada por mi parte, porque todavía no he tenido el placer de leer ese libro de Miguel de Unamuno.
Mi disfrute al leer El mal de Penélope ha tenido altibajos. Como digo, no conecté igual con los dos narradores y, por momentos, me parecieron dos novelas independientes, pese a los personajes en común. Sin embargo, desde el punto de vista creativo, admiro el puzle que Gustavo Hernández Becerra ha montado y, desde el punto de vista metaliterario, El mal de Penélope me parece una obra riquísima en matices, y estoy segura de que no me habré dado cuenta ni de la mitad. Una novela que reinterpreta clásicos, sin que ello le impida innovar. La literatura de siempre y de hoy está dentro de El mal de Penélope.
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