Prosa poética. ¿Que no es un género temático? Claro que lo es. Y puede constituir una lectura no sólo enriquecedora y estéticamente deliciosa, sino también entretenida, intrigante y adictiva. Por algo dicen que los poetas pueden escribir lo que quieran, no sólo poemas. Catherine Chanter lo demuestra añadiendo a su trayectoria como poetisa esta novela que hoy comentamos, El manantial, primera que escribe y con la cual ya ha cosechado varios premios.
Como Chanter es y ha sido poeta antes que novelista y, como ya hemos dicho, puede escribir lo que quiera, hace de El manantial una novela diferente, una especie de cajón desastre literario donde caben varios estilos, varias tramas y subtramas, y donde la autora coquetea con diferentes subgéneros. Así que prosa poética es la etiqueta más precisa que le podemos poner a esta novela, si hay que ponerle alguna. Hojéenla y lo verán.
El manantial cuenta, en exclusiva y feroz primera persona, la historia de Ruth Ardingly, una mujer de mediana edad a la que vemos, al principio de la narración que no el principio cronológico, pues la narración comienza in media res y va avanzando, o retrocediendo, según se mire, hacia el principio, para finalmente concluir con el desenlace, recluida a la fuerza y por mandato judicial en El manantial, una propiedad rural sita en un enclave idílico de la campiña inglesa. Tan idílico es, que resulta ser aquí damos paso a la parte distópica de la novela– el único lugar de todo el país y casi diríamos que de todo el mundo donde aún llueve con normalidad, donde la naturaleza sigue viva y en buen estado, donde la tierra no se está vengando del hombre negándole su verdor, su fruto y su consuelo. A Ruth sólo la acompañan en su reclusión –ha cometido algún grave delito del que pronto el lector es informado– tres guardianes y algunos fantasmas. Y es que en El manantial hay crímenes de sangre, alguien ha muerto con violencia y Ruth está implicada en ello, de alguna manera (he aquí la parte negra y criminal de la novela). La propia Ruth revelará al lector cuanto éste quiera saber, si es que el lector se atreve a confiar en una narradora que, pronto lo comprobará, no goza –quizás– de una salud mental completa –¿o puede que sea el resto del mundo el que está loco? Porque El manantial es, sobre todo, un retrato de personaje, el de esta mujer llamada Ruth, que oscila entre la realidad y el sueño, entre el delirio y la lucidez; recuerda a su marido ausente, a su hija ausente, a su nieto ausente, a unas siniestras fanáticas religiosas ausentes (ausencias, todas éstas, que la propia Ruth nos explicará), y vacía su mente y su conciencia con las pocas personas de carne y hueso que pueblan su mundo: un guardián excesivamente joven, un sacerdote católico excesivamente bondadoso.
Al terminar la lectura de El manantial, sigue siendo difícil decidir a qué carta quedarse respecto a lo que acabamos de leer: un noir con ambientación distópica, una reflexión autoinculpatoria sobre cómo la humanidad está tratando la naturaleza –que incluye también a los demás hombres–, una llamada de atención sobre lo que puede suceder cuando uno se cree importante en demasía y deja que una serie de frases halagadoras sustituyan las necesarias dosis de realismo y de autocrítica que deberían ser siempre compañeras de viaje de cualquier persona cuerda.
El manantial discurre con lentitud, hay que advertirlo al lector que espere un thriller (eso sí que no lo es), pero es una lentitud que no se nos hará pesada si prestamos oído a la belleza con que se narra el paso del tiempo en El manantial. La de Ruth Ardingly es la reclusión de un alma poética, pero también atormentada, que detalla sus torturas psicológicas sin escatimarnos adjetivos y metáforas que se enroscan una sobre otra en una espiral de belleza que puede llegar a abarcar varias páginas, en las que quizá no sucede nada, pero que nos contagian la sensación de quietud absoluta y de desconexión del mundo que sufre una persona recluida, aunque lo esté en el paraíso.
Quien así lo desee podrá ver en El manantial también una contraposición entre tipos de creencias y una descripción muy sugerente sobre cómo nuestra intuición y nuestro corazón están siempre prestos a dirigirnos hacia la verdad, a pesar de que el fraude y la mentira puedan ser más fáciles de digerir y más agradables a nuestros oídos, pero que siempre dejan un regusto amargo. La verdad que a Ruth le ofrece su amigo Hugh, el sacerdote, es más compleja, menos directa, pero las fábulas que ella elige creer, aunque más bonitas, son al final las que la han llevado a su propia cárcel.
El manantial delata su naturaleza de primera novela en su longitud; muchos pasajes no aportan nada o casi nada, no hacen avanzar la acción y tampoco revelan gran cosa sobre los personajes, algo en lo que suelen caer muchos autores noveles. Sin embargo, no hay muchos escritores que destaquen en el cultivo de la prosa poética que, además, cuente buenas historias, y Catherine Chanter, a medida que escriba más novelas, seguramente se consolidará como una de tales autoras.