El mayorazgo, de E.T.A. Hoffmann
Un clásico relato gótico en el que las almas en pena que vagan por el lúgubre castillo conviven con las almas vivas atormentadas por amores y pasiones imposibles.
Ahora que tan de moda está lo terrorífico y que criaturas de la noche tan voraces como atractivas pueblan páginas y pantallas, yo me he aficionado a volver de cuando en cuando a esas viejas historias de fantasmas que, de puro cándido, ya no asustan ni a los niños pequeños.
El mayorazgo, de E.T.A. Hoffmann, es una de esas historias; un cuento gótico con su castillo tenebroso y sobrecogedor y su alma en pena vagando por los lóbregos pasillos decorados con retratos de adustos antepasados, lanzando estremecedores lamentos sin causar a nadie otro daño que el que sufre la razón al enfrentarse a lo inexplicable. Sin embargo, bastan las primeras páginas del relato, en las que se describen los ominosos parajes baldíos que rodean el castillo de R…sitten, situado sobre un acantilado a orillas del Báltico, azotado de forma inmisericorde por el viento y la nieve, para sembrar en el ánimo del lector una semilla de inquietud y espanto que germinará y crecerá a medida que avanza la narración.
Ernst Theodor Amadeus Hoffmann fue un escritor y compositor de entre finales del Siglo XVIII y principios del XIX al que podríamos considerar un seguidor algo tardío del Romanticismo alemán de Goethe y Novalis. En su obra conviven los elementos habituales del género –el rechazo de lo racional, el individualismo, la exaltación de las pasiones y los instintos– con un cierto retorno al Realismo. Y esta combinación se aprecia, como no podía ser menos, en El mayorazgo; el relato es todo un clásico de las historias góticas de terror, pero además presenta algunas particularidades.
En primer lugar tiene una estructura un tanto atípica: la tensión y el misterio se concentran en algunas partes del relato en lugar de ir in crescendo. Esto es debido a que dentro de El mayorazgo coexisten dos hilos narrativos diferenciados que van tomando protagonismo alternativamente: la “historia sobrenatural”, típico cuento de tétricas apariciones nocturnas y personajes normales que, haciendo acopio de coraje, se enfrentan a ellas y la “historia realista”, la de los vivos, la saga de la noble familia R. Por supuesto, ambas narraciones están íntimamente relacionadas: como en todo buen relato romántico, conviven las almas en pena que vagan por las estancias del lúgubre castillo con las almas vivas atormentadas por amores y pasiones imposibles.
Lo más asombroso es que, por angustiosa y escalofriante que sea la historia de fantasmas, la crónica de la institución de un mayorazgo por parte del Barón Von R. en sus ricas posesiones del norte –reservando toda la herencia para los primogénitos de la familia–, y la codicia, los celos y rencores que esta decisión desencadena, envenenando el espíritu de sus descendientes por generaciones es mucho más espeluznante –por terrible y por verosímil– que la visión de cualquier espectro.
Pero E.T.A. Hoffmann tiene la suficiente lucidez –o quizá sea sentido de la ironía– para, a la vez que cumple con todos los compromisos que le impone su condición de escritor romántico, reírse de todo lo que ello supone. Así, al protagonista se le hiela la sangre ante los terribles sucesos que ve, o cree ver, pero inmediatamente lo atribuye a su reciente lectura de El visionario de Schiller. Del mismo modo, tras dejarse arrebatar por el dolor y la pasión cada vez que contempla a su amada, se reprocha lo exagerado e histriónico de su actitud y se avergüenza de sí mismo.
Con todo, se puede afirmar que El mayorazgo es, sin perder el encanto de los viejos cuentos de fantasmas y misterios familiares, un relato más moderno y profundo, que anticipa las fascinantes historias de terror que décadas más tarde escribirían Poe, Dickens o James.
En El mayorazgo el horror –el de los muertos y el de los vivos, a cual más espantoso– es más sutil, no nace del miedo al mordisco de un vampiro o a las cuchilladas de un psicópata; nace de las mentes de los protagonistas, de sus corazones, de sus almas. En esta mansión hechizada el lector no va a presenciar crímenes sangrientos ni escenas de descarnada violencia; va a asistir a una historia en la que, a falta de miedo, abunda la buena literatura
Javier BR
javierbr@librosyliteratura.es
Y después de leer esta reseña, ¿quién se resiste a leer esta obra? Yo no puedo. Mañana mismo estoy buscando este libro para empezarlo en cuanto termine los dos pendientes que tengo por leer. Si es que aguanto tanto tiempo…
Besotes!!!
“sin causar a nadie otro daño que el que sufre la razón al enfrentarse a lo inexplicable” (La república de los buenos fragmentos se congrega en la plaza mayor para aplaudir de pie este pedacito de tu texto!)
La verdad es que dan ganas de leerlo, sobre todo cuando comentas que el terror real resulta menor que la historia de la familia, que ésta se lleva el premio a lo terrorífico; las estructuras de los libros “antiguos” a veces producen que cueste leerlos, o que resulten simples o aburridas, pero muchas veces hay que pasar ese cerco para disfrutar de buena literatura, más allá de la estructura rara o pasada de moda; saludos, felicitaciones por la reseña!
Si te gustan este tipo de historias “de poco miedo”, con ambiente gótico y esa maravillosa manera de escribir de los autores más clásicos, este es un libro que te encantará.
Gracias por tu comentario, Margarita.
Es cierto que cuando se enfrenta uno a la lectura de un texto escrito hace tanto tiempo hay que acomodarse al ritmo y a la forma narrativa, pero a mí no se me hace pesado ni aburrido, al contrario, disfruto con esa manera pausada y retórica de escribir.
Muchas gracias por tu comentario, Roberto.