Reseña del libro “El monstruo y otras obras”, de Agota Kristof
Cuando decimos de alguien ser hija o hijo de su tiempo, y más acotadamente, cuando ese alguien desarrolla cualquier disciplina artística, lo hacemos porque en su arte observamos una serie de rasgos que le son propios del momento en el que los ha creado, significativamente influenciados por su tiempo. No hablo solo de corrientes artísticas que le corresponden o con los que comparta características, sino rasgos más personales, aquellos que se consideran puramente estilo individual. Lo que sale de las entrañas de una persona nacida y crecida en tal o cual momento de la historia. Y si ese momento histórico resulta ser tan drástico, fronterizo y culminante como el estallido de la Segunda Guerra Mundial, las líneas que dibujan la expresión artística de alguien quedan bien definidas, siempre a merced de la amenaza de tan fulminante acontecimiento. En esta situación se encuentra la autora de quien escribiré ahora, Agota Kristof, escritora húngara nacida tres años antes del inicio del conflicto bélico que tanto ha marcado culturalmente nuestros días.
Las fronteras serán una constante en su vida, tanto personal como literaria, ya que con veintiún años se vio obligada a cruzar de forma ilegal el paso hacia Austria junto a su marido, perseguido por el régimen prosoviético, y su hija de cuatro meses, y de ahí fueron enviados a Suiza donde finalmente se instalarían. De una frontera a otra, Agota Kristof observó cuanto le rodeaba: las gentes, las lenguas, la soledad, la amenaza, la familia, la identidad, la vida y, en no pocas ocasiones, la convicción de vivir en vano. Y serán muchos de estos factores los que configurarían su obra literaria. El teatro, disciplina donde comenzó su andadura como escritora, se convierte así en el testimonio que mejor refleja su estilo personal, ese que surge del corazón, de un corazón quebrado, formando fronteras. Valga como muestra el libro que aquí reseño, El monstruo y otras obras, recuperado por la editorial Sitara, paladina de sacar del silencio y olvido a diversos autores con mucha fuerza en sus palabras y traducido por José Ovejero, responsable de hacernos llegar la voz concisa, sarcástica y fluida de la que ha sido para mí un más que indispensable descubrimiento dramatúrgico del siglo XX.
El monstruo y otras obras contiene cuatro piezas teatrales de Agota Kristof. Cada una de ellas fue escrita en francés, el idioma que se vio obligada a aprender sobre la marcha. Al prescindir de descripciones espaciales, lo que le conllevaría hacer un uso amplio de un léxico y unas construcciones gramaticales que aún desconocía, se centró en la lengua que le rodeaba, catapultó todo su impulso en los diálogos. ¡Y qué diálogos! Directos, sin concesión alguna a la divagación, fluidos y con un potente sentido del sarcasmo y la metáfora que hacen de sus obras unos cuadros potentes donde prima el texto sobre el decorado. El monstruo desarrolla un tiempo incierto, en realidad, valdría colocar en la obra cualquier indumentaria o atrezo característico de cualquier época que encajaría de igual modo. En esta pieza, un ser monstruoso se instala en una población. Lo que primero se siente como una amenaza, con el tiempo los habitantes consiguen aceptarlo y sentirse atraídos por las flores que surgen de su lomo. Todos excepto un joven escéptico a esos encantos perfumados y con rumor a progreso imperialista que ostenta el Monstruo. En su lucha, solo encuentra un modo de hacer prevalecer sus ideales frente a su pueblo ya convencido: tiranizarlo.
La carretera, otra de las piezas teatrales que incluye el libro, desarrolla una extraña distopía en la que los ciudadanos caminan y caminan por las ingentes carreteras que trazan el mapa. Todos siguen el mismo sentido, aquel que les es indicado. Son todos personajes alegóricos que avanzan según la identidad que les ha sido otorgada: el sabio, la pintora, las fieras, el sentido contrario… serán los que representen la sabiduría, lo artístico, el incivismo, la oposición. Se cruzan con coches semienterrados, corroídos por el óxido como fósiles de un tiempo que nunca llegaron a conocer. Nadie se pregunta siquiera para qué servían. Solo caminan y caminan. Todos en el sentido que les es indicado. Hasta que alguien hace lo contrario. Y entonces, llega el miedo.
La epidemia, pese a su nombre y sinopsis —un pueblo en cuarentena por una extraña epidemia de suicidios—, es una divertida y alocada comedia de teatro absurdo. Un joven consigue salvar a una joven que se acababa de colgar de una soga en un árbol, pero esta joven no quería ser salvada. Al llevarla con el médico comienzan a pulular una serie de personajes a cada cual más tocado del ala. La velocidad de diálogos, el ingenio y sarcasmo de los parlamentos y el ritmo frenético que impone las conversaciones, resultan casi una pieza propia de los hermanos Marx.
La expiación, obra teatral que cierra el libro nos pone ante dos personajes dignos de apelar a nuestra compasión: un ciego que toca la armónica y un sordo tragafuegos, ambos pordioseros que comparten el mismo techo y cama caliente para subsistir. En sus conversaciones iremos conociendo más sobre estos dos personajes donde el final no deja indiferente a nadie. Una pieza con tintes de Beckett en Esperando a Godot o Ñaque de Sanchís Sinisterra por la complicidad de ambos personajes y las reflexiones emocionales con las que apelan al espectador/lector.
El monstruo y otras obras de Agota Kristof es junto a La hora gris y otras obras (Sitara, 2019) los dos libros que recogen sus piezas teatrales. Los personajes que comenzó a diseñar en su teatro son los que, después, le servirían para desarrollarlos en las novelas que escribió posteriormente. Los elementos que aquí se incluyen, los miedos, la soledad, la comicidad, lo absurdo, la extrañeza, la compasión, lo miserable conforman el estilo peculiarísimo de una autora a la que si desconocías, te insto a que la descubras a través de este libro. Siempre viene bien acercarse por las secciones de teatro de las librerías y bibliotecas y dejarse seducir por dramaturgas como ella.