Reseña del libro “El mundo de ayer. Memorias de un Europeo”, de Stefan Zweig
Stefan Zweig comienza “El Mundo de ayer. Memorias de un europeo” con esta frase “Nunca me he dado tanta importancia a mí mismo como para tener la tentación de contar la historia de mi vida a los demás”, por eso ha decidido contarnos la historia de su generación, a la que considera “generación perdida” por todo por lo que ha tenido que pasar. Va a reflexionar y mucho, sobre las generaciones anteriores, las que vivieron en paz, porque si hubo guerra en su tiempo, no escucharon las bombas ni tuvieron que ir al frente.
El Zweig de 60 daños que escribe “El Mundo de ayer. Memorias de un europeo” ha vivido dos guerras mundiales y cree que él y sus congéneres han sufrido demasiado para una sola vida. El destino no ha tenido con su generación la deferencia de enviarles una sola catástrofe, una sola hambruna o una única epidemia. No, a los suyos les ha mandado todo eso a la vez y no una guerra mundial, sino dos.
“El Mundo de ayer. Memorias de un europeo” de la editorial Edaf, es un repaso histórico magnífico de un escritor sublime que expresa, como nadie, su contemporaneidad. Y lo hace con honestidad e imparcialidad para mostrar a las futuras generaciones cómo se pudo superar todo (si es que alguien lo hizo).
Zweig habla de sus orígenes y con ello aborda el de las familias judías que vivían en Austria. De su familia paterna resalta que se hizo a sí misma a través de los negocios y el trabajo constante, mientras que de su familia materna resalta que por el hecho de haber sido siempre de las adineradas, tenían tendencia a mirar a todo el mundo por encima del hombro, con la superioridad que les daba el dinero. Este contexto le sirve de escusa para reflexionar sobre el modo de vida judío centrado en los negocios familiares y en ganar dinero. Pero también, al leer “El Mundo de ayer. Memorias de un europeo”, te acercas a la persona que fue Stefan Zweig, a cómo se sentía y a cómo vivió (aunque ya por sus novelas y relatos te podías hacer una idea de ello). Acabas sabiendo por ejemplo, que de su padre heredó la necesidad de no destacar (a ambos les ofrecieran cargos o títulos importantes que no dudaron en rechazar para seguir conservando esa intimidad que da el anonimato) y conocemos con sus propias palabras qué sintió cuando supo que el trabajo de toda su vida fue quemado por los alemanes por el simple hecho de ser judío. Habla del judaísmo como la” religión de sus padres” y no se sentía ciudadano de ninguno de los países en los que vivió, ni siquiera en su adorada Europa, por la que sintió que lo traicionaba cuando decidió embarcarse en una Segunda Guerra Mundial.
Recuerda a su madre como alguien que solía tratar a los demás (incluidos él, su hermano y su padre) con un sentimiento de superioridad heredado de su adinerada familia. En este sentido se detiene bastante llegando incluso a resaltar la obsesión de algunas familias por mantener un estatus y un honor de apellidos que muchas veces pretendían mejorar a través del ascenso de un hijo en sociedad; y todo ello, lo hacían a través de los estudios, de los títulos académicos:
“… hasta el mendigo más pobre que arrastra su mochila a través del viento y la lluvia, tratará de destacar al menos a un hijo para que estudie sin importar cuán grande sea el sacrificio y se considera un honor para cualquier familia tener en su seno a alguien que goce de un reconocimiento visible en el mundo intelectual”
También nos hace entender la necesidad del pueblo judío de desvincularse de “la maldición del dinero” que las familias van acumulando con los años, y cómo los miembros más jóvenes buscan adentrarse en profesiones diferentes a lo que los negocios familiares les ofrecen (nuevamente en el mundo intelectual).
“El Mundo de ayer. Memorias de un europeo” hace un repaso al modelo de enseñanza que había en Austria cuando él estudiaba, y lo cierto es que no sale muy bien parado. Si no fuera porque él y sus amigos estaban hambrientos de aprender a través de los libros, el teatro, etc., hubiera acabado como el resto de su generación y se limitaría a seguir el negocio familiar sin preguntarse nada ni poner nada en duda (que es, precisamente lo que él cree que buscaba el gobierno con la juventud)
Conocer a Stefan Zweig a través de sus pensamientos y de sus propias palabras es un regalo que ningún fan del autor debe perderse, y lo mejor es que consigue cumplir su palabra de hacerlo con objetividad. Es maravilloso leerlo, entenderlo, disfrutarlo. Es un aprendizaje continuo.