El océano al final del camino, de Neil Gaiman
La infancia y la imaginación siempre vienen de la mano. Cuando somos pequeños podemos vivir en un mundo completamente diferente al que conocemos y creamos extraños personajes que nos acompañan en el camino que llamamos vida. Nuestra imaginación abre sus puertas a numerosos protagonistas que, cuando somos adultos, olvidamos y cambiamos por aquello que nos da la rutina. Ser pequeños es abrazar un universo de emociones diferentes, de magia, de luchas entre el bien y el mal, y nosotros nos convertimos en los héroes que son capaces de salvar a la humanidad entera. Neil Gaiman no sólo contribuye a que nosotros los adultos volvamos a vivir esa época, sino que dibuja algunas de las historias más evocadoras de esa edad en la que todo era posible y no había límites en el horizonte, siendo capaces de sobrevolar a una altura considerable aquellos parajes que no podemos alcanzar. Ser niño es, paradojas de la vida, lo más grande que nos sucede desde que nacemos. Por eso nunca debemos dejar de mirarnos, por dentro, y encontrar a ese pequeño que jugaba con los monstruos y que conocía, de primera mano, cómo la fantasía era capaz de arrebatar, en un solo segundo, la realidad por un mundo desconocido.
Un hombre vuelve a su ciudad natal para asistir un funeral. Decide acercarse a la casa de su amiga de la infancia, Lettie. En ese momento, los recuerdos que había olvidado, vuelven con toda la fuerza y descubrirá todo lo que sucedió en aquellos años en los que vivió su infancia al abrigo de su amiga y luchando con las sombras que intentaban llevárselo a toda costa.
Partiendo de una premisa básica como es que, para mí, Neil Gaiman es uno de los mejores autores que existen hoy en día en el mundo de la literatura fantástica, era de esperar que esta nueva historia que nos trae suponga uno de esos libros que tenía que caer en mis manos y que he disfrutado como si fuera un niño pequeño. Ya sea sólo por su el fabuloso título que es El océano al final del camino o porque lleva en su interior un halo de fantasía que puede gustar a propios y extraños del género, la nueva novela del autor de The Sandman es, a todas luces, una pequeña oda a la infancia, a la amistad, a esos héroes que son los niños pequeños y que luchan, batallan día a día con las sombras que crea su propia imaginación. Por usar una comparación que sea acorde con lo que hemos leído, podemos decir que esta novela es como la sensación de entrar en una casa con la calefacción encendida cuando fuera el frío ya ha llegado y convierte en hielo el agua que llena los estanques. No se me ocurre ninguna descripción que sea mejor para lo que me ha hecho sentir esta historia que nos habla de la familia, desde la óptica siempre diferente del autor, y de cómo los miedos de la infancia pueden convertirse en seres fantásticos para que nuestro pequeño cuerpo pueda sobrevivir a lo que nos depara la realidad.
Muchas veces recuerdo aquella historia de Neil Gaiman que cayó en mis manos por casualidad: Coraline. Y hablo de ella en esta reseña de nuevo porque, en algunos aspectos, me ha recordado a ella, y me llevado de nuevo a aquellos sentimientos en los que la infancia se buscaba el amor de la familia, se buscaba el abrigo de aquellos que nos querían y que con un abrazo o con un beso tierno podían hacer desaparecer aquellos fantasmas o monstruos que se escondían en los armarios por la noche. Las historias de este autor, en muchos sentidos, pueden no ser fáciles porque muestran un punto oscuro de la fantasía. Aquí, los seres que pueblan el mundo de El océano al final del camino, no son de luz, sino que todos tienen un lado oscuro, lleno de esas sombras que los hacen mucho más interesantes y que te hacen no poder soltar esta pequeña fábula sobre cómo la infancia puede ganar a lo más oscuro, siempre que sepa a quien se quiere, a quien se necesita, para luego no olvidarlos en un rincón apartado del cerebro. Si viviéramos tantas vidas como historias leemos, podría decir que me gustaría aparecer, de repente, en una historia del autor que tan bien describe los mundos fantásticos que pueden esconderse a nuestro lado, en la casa de unos vecinos que apenas conocemos, en un estanque que se puede convertir en un océanos y que nos invita, nos ordena, a traspasar las fronteras de lo que conocemos. Neil Gaiman no es sólo un autor, es un escritor que remueve, que transporta, que desequilibra, y que después de muchas vueltas nos deja en el mismo sitio donde comenzamos, pero de una forma diferente. Porque una vez tocados con su escritura, ya no podemos ser los mismos.