El oficinista, de Guillermo Saccomanno
Una turbadora y descarnada fábula sobre la sociedad actual y, especialmente, sobre la clase media.
Hace ya más de una semana que terminé de leer El oficinista, de Guillermo Saccomanno y sigo sin saber cómo escribir este comentario. El oficinista es una novela desconcertante en la que el autor consigue sorprender, incluso confundir, al lector continuamente a lo largo del texto; un libro inclasificable y turbador que admite más de una lectura.
Poco ayuda que Saccomanno sea prácticamente desconocido en España. Aunque goza de reconocimiento en América (o al menos en su Argentina natal, donde obtuvo el Premio Nacional de Literatura), apenas dispongo de referencias sobre él que me ayuden a valorar esta obra: su similitud con Roberto Arlt, sus influencias (Ballard, Kafka, Dostoievski, Philip K. Dick, Gogol), y la unanimidad del jurado del Premio Biblioteca Breve 2010 al elegirlo ganador.
El oficinista es un hombre gris y pusilánime. Angustiado por la posibilidad de perder su trabajo y engrosar las filas de los sin techo que llenan las calles y a los que cada día observa con una mezcla de curiosidad y desprecio, acepta cuantas humillaciones vengan de la todopoderosa empresa. El oficinista está convencido de que si soporta esa vida plana y denigrante es porque le falta un acicate para cambiar; él, en realidad, podría ser otro muy distinto, alguien capaz de cualquier cosa si tuviese un motivo por el que luchar. Ese motivo, por supuesto, sería una mujer. Fantasea con el día en que aparecerá una chica joven y guapa, tan distinta de su aborrecida esposa, y él se transformará en “el otro”. Entonces no dudará en extender un cheque falso, imitando la firma del jefe, y huir con su amada, no sin antes acabar con su familia, a la que detesta.
Su hora finalmente llega y el oficinista se enamora de la secretaria del jefe, pero la esperada metamorfosis no sucede, o mejor dicho, el gusano no se transforma en mariposa, sino en un gusano aún más abyecto, una cruel caricatura de esa clase de personas capaces de cualquier cosa por mantener su posición.
Hemos leído mil relatos y hemos visto un millón de películas en las que un hombre común, uno de esos que pasa completamente desapercibido dentro de la masa, llegado a una encrucijada de su vida en la que tiene que dar la talla, se crece y se convierte en alguien que no sospechaba que podría ser, en un héroe. El oficinista, por el contrario, está convencido de que dentro de él vive un hombre fuerte y decidido y, al alcanzarle el día en que debe ponerse a prueba, se ve incapaz de tomar las riendas de su destino, hundiéndose cada vez más en ese abismo del que pensó que podría escapar con sólo proponérselo.
Todo ello sucede en el escenario casi apocalíptico de una ciudad superpoblada, impersonal y cruel sacudida a diario por terribles atentados y crímenes, donde una policía brutal compite con jaurías de perros clonados acosando a una población que, sin embargo, acude a sus trabajos diariamente bajo la constante lluvia ácida como si no existiera mayor peligro. Y escribo “escenario” porque esa es la sensación que tuve durante la lectura de esta novela: la historia transcurre frente a un decorado casi idéntico a la realidad y, sin embargo, burdamente construido en cartón piedra. Demasiado exagerada para ser real, demasiado real para ser una fantasía, esta puesta en escena se convierte en una prolongación de los personajes, subrayando su desolación.
Pero el punto fuerte de El oficinista es la profundidad psicológica que alcanza; algo poco habitual en un relato tan corto. Sorprende la precisión con la que se dibuja el paisaje moral en ruinas de la sociedad a partir del retrato de un protagonista tan abyecto como común: un personaje de novela rusa inmerso en una historia kafkiana.
La prosa de Saccomanno en El oficinista es sencilla y directa, construida con oraciones muy cortas, en ocasiones de una sola palabra, y con abundancia de expresiones coloquiales y frases hechas. Una “pobreza” narrativa que aligera la crueldad y el pesimismo de la historia, al tiempo que subraya el vacío moral del protagonista y de la sociedad en la que vive y que podría confundirse con un estilo descuidado en una novela escrita en apenas en apenas un mes, pero de la que el autor reconoce que “ignoraba que su proceso de corrección y ajuste me llevaría seis años. Seis años en los que pasé por diferentes estados de ánimo. En todos fui el oficinista”. Seis años durante los que Saccomanno fue despojando a su relato de lo superfluo hasta lograr esta descarnada fábula sobre la sociedad actual y, especialmente, sobre la clase media y su forma de vida. En palabras del propio autor: “Si hay una clase que conozco y repudio es la clase media. La clase a la que pertenezco. Se define por su capacidad de sometimiento y traición. Una clase que, en su afán de trepada y con tal de no descender un peldaño en la escala social, se identifica con sus enemigos, los ricos. Es decir, el poder”.
¿Es entonces El oficinista un libro de denuncia? “Estoy harto de todos estos años de frivolidad y pavada en la literatura. Yo también escribí cuentos con discotecas y con yuppies, pero ya basta. Venimos de los barcos, estamos padeciendo un sistema económico injusto. No estoy abogando por una literatura de denuncia, pero creo que la literatura no es sólo evasión”. En ese sentido, Saccomanno trata de recuperar el espíritu de cierta literatura latinoamericana de los años 60 y 70 que “estaba muy fuertemente referenciada, y eso no le quitaba poder de imaginación”.
El oficinista es un libro extraño y desasosegante que gustará o no, pero que difícilmente dejará indiferente al lector. En mi caso, he necesito varios días para asentar su lectura y tener una idea clara sobre el texto y ya sólo por eso, por lo mucho que me ha obligado a reflexionar, merece ser recomendado.
Javier BR
Como siempre, Javier, una gran reseña que me deja con unas ganas tremendas de iniciar la lectura de este libro.
Un abrazo!
me han entrado muchas ganas de leer este libro,parece muy bueno!
Pues espero que os animéis a leerlo y me comentéis vuestra opinión, porque es un libro poco usual y sería interesante intercambiar pareceres.
Muchas gracias a los dos por vuestros comentarios.