A veces se deja uno llevar por un título, le resulta tan sugerente que ni tan siquiera intenta leer la sinopsis o informarse acerca del autor para descubrir cada una de las palabras cuando lo tenga entre sus manos, a la sombra de la magia del título. Eso me paso con El otoño de la casa de los sauces, un libro cuyo título parece de un clásico de la literatura japonesa pero cuya realidad no podría ser más diferente. Pocas veces me he sorprendido tanto y tan para bien con un libro. El libro narra la reunión, a iniciativa de uno de ellos, de los miembros de un antiguo grupo terrorista que hacía décadas que no se veían y que se habían convertido en ciudadanos más o menos normales, alejados de todo tipo de violencia. La reflexión acerca de su actividad, de su derecho sobre la vida de los demás, del peso de las víctimas en su conciencia, convierte a este libro en un verdadero hallazgo vital, la forma de afrontarla, el estilo del autor, lo convierten en un hallazgo literario.
Del talento del autor ya es buena muestra que un título tan poético resulte tan coherente con un contenido tan pegado a la realidad, sin embargo no es sólo una cuestión de talento, no se nutre únicamente el libro de una visión original o una idea interesante, el estilo narrativo es sumamente personal y, superado el mínimo instante inicial de adaptación, resulta sumamente envolvente y magnético. Diría que su ritmo, que logra que se lea con una serena impaciencia, es ideal para la reflexión porque impide que uno separe los ojos de sus páginas, pero permite pensar en los temas que se van proponiendo, que son por cierto asuntos que merecen una reflexión colectiva mucho más profunda en nuestro país que la que se ha llevado a cabo. Libros como Patria o este El otoño de la casa de los sauces son en ese sentido no solo obras extraordinarias desde el punto de vista literario, sino necesarias desde una perspectiva social.
El grupo de la casa de los sauces fue una célula terrorista que desplegó su actividad en un territorio imaginado en una época de dictadura y que se disolvió tras un atentado fallido en el que resultó abatido su fundador. Los miembros restantes, ocho en total, siguen con sus vidas amparadas en el anonimato desde el que desarrollaron su actividad, y lo hacen de formas muy diferentes, cada cual conforme a sus propias circunstancias. Veinte años después a uno de ellos, Zigor, a quien sin duda la vida le ha tratado mejor que a los demás, le diagnostican un cáncer y la perspectiva de su propia muerte le hace mirar al pasado, a las muertes que ellos mismos provocaron, y decide reunir al grupo para compartir con ellos sus pensamientos al respecto o tal vez para que ellos compartan con él los suyos o simplemente para cerrar definitivamente un capítulo que se había cerrado en falso. Aunque hay heridas que deben mantenerse abiertas para sobrellevarlas.
La decisión del autor de afrontar esta historia desde el punto de vista de los terroristas es tan arriesgada como inteligente, su capacidad para ponerles a mirar a los ojos a sus remordimientos, a sus contradicciones, me parece que es extraordinaria y verdaderamente tenemos mucho que aprender. El otoño de la casa de los sauces es una obra genuinamente original por muchos motivos y además es sumamente emocionante, también por muchas razones. Resulta imposible leerla con distancia, no implicarse, como resulta igualmente imposible escribir sobre ella sin expresar la admiración y el agradecimiento que siente uno cuando finalmente la cierra.
Andrés Barrero
@abarreror
contacto@andresbarrero.es
Cómo me he alegrado de que esta reseña fuese firmada por ti. Yo soy una lectora muy Fulgenciana y he leído, creo, casi todo lo que ha escrito, espero leerlo pronto y poder decir que también he reflexionado mientras leía, como siempre hago con este autor.
Pues yo debuto pero me ha deslumbrado completamente, es una de esas voces muy particulares que no te dejan indiferente. Además de muy Fulgenciana eres una lectora muy sabia, te pasa copmo a él, que sabes mirar diferente.
Un abrazo,
Andrés
Pues si lees “Letanías de Lluvia” “No he visto mi cara en el espejo” “El palacio azul de los ingenieros belgas”…y todos los demás, pero sobre todo esos, te quedarás sin palabras…un escritor inexplicablemente poco conocido y con varios títulos descatalogados. Para mí que hay pocos contemporáneos que se le igualen. A mí me pasa con las novelas de este señor lo que no me había sucedido nunca y es que me daba pena pasar de página, no digamos el disgusto de acabar el libro y pensar que faltaría tiempo para tener otro en mis manos.
Pues yo voy por la página 33 y se me está haciendo muy cuesta arriba. Creo que lo voy a dejar. Es denso, denso, denso. La acción no avanza y se detiene en detalles insignificantes. El idioma lo domina, no hay duda. Pero una novela no es solo eso.
Aunque es cierto que Argüelles domina el idioma, la novela es un peñazo.