He de reconocer que en lo referente al género de terror siempre he sido bastante promiscuo. No hago ascos a unos buenos monstruos, ya sean clásicos o de manufactura moderna, que muerdan, que chupen o que troceen, o a esas entidades de tamaño titánico que hacen un alto en su vagar por el cosmos para mientras almuerzan conquistar nuestro planeta y de paso arrasar toda vida humana. También lo paso genial (o muy mal) con historias, que como el buen erotismo, sugieren más que muestran. Sonidos en la oscuridad, presencias en la noche, una puerta que chirría en una casa con un único inquilino que se esconde bajo las sábanas… Historias que llevan a sus protagonistas al borde de la locura con el lector como compañero forzoso. Y es esto, la dificultad de discernir entre el bien y el mal, entre lo real y lo imaginario, esa alienación ignorada por el que la sufre y que lo aboca a un mundo de ensoñación que una vez despierte acabará por derrumbarse, lo que desde hace un tiempo es capaz de quitarme el sueño. Reconozco que una película como Matrix, a las antípodas del género de terror (o quizás no) me provocó pesadillas la primera vez que la vi. A día de hoy todavía no sé qué pastilla elegiría.
La historia pergeñada por Thomas Tryon no sube el telón para mostrarnos a un monstruo (o al menos ninguno con la apariencia que se le supone) ni un mundo virtual creado por inteligencias artificiales, en El otro es lo cotidiano, todas esas pequeñeces que ocurren cada día, lo que es incluso ordinario, lo que marca la ruta hacia un camino que se irá torciendo poco a poco hacia, llegado el momento y de forma súbita aunque no inesperada, hacer un quiebro hacia el terror psicológico. Thomas Tryon, que en un principio se decantó por las Bellas Artes para más tarde pasar con éxito a la actuación y finalmente (con más éxito incluso) a la escritura, se muestra como un mago de la narración a la hora de inducir al lector un estado de tensión perpetuo (algo está a punto de pasar, corazón a mil por hora) a pesar de que, en ocasiones, no termine ocurriendo nada. Hasta que ocurre. Y todo ello con una historia con el telón de fondo de un pueblecito de mediados de los 30 (en el que podrían estar ocurriendo los acontecimientos narrados en Matar a un ruiseñor) y con unos gemelos protagonistas que erizan la piel de la nuca por su forma de pensar y por lo que son capaces de hacer.
Holland y Niles son los nombres de los gemelos. Holland es más arisco, introvertido, huidizo y algunos dirían que hasta maquiavélico. Como contrapartida está Niles que resulta un muchacho encantador que se desvive por ayudar a los demás y por intentar a toda costa gustar a su hermano. Ambos juegan a un juego. Su abuela rusa les mostró cómo jugar, cómo descubrir un truco de magia, cómo percibir a los animales o las plantas, cómo evadirse mediante un poder telepático que mal controlado puede convertirse en algo impredecible. Y entonces sobrevienen las muertes: primero el padre de los muchachos, luego el primo, una vecina… Algo terrible está ocurriendo, algo horrible se ha despertado. Y al lector desde el inicio le rondará esa pregunta que abarca tanto el campo de la filosofía como el de la psicología: ¿somos buenos o malos por naturaleza?
Tal cuestión, que ha llevado durante mucho tiempo a no pocos filósofos a enzarzarse en discusiones acaloradas, es el leitmotiv de El otro y conseguirá que saquemos humo de nuestra sesera. El libro está divido en tres partes, cada una de ellas empieza siempre con un narrador que, como el presentador de The Twilight Zone, parece hablar directamente al lector. Este desconocido que se pierde en disquisiciones filosóficas y recuerdos de una vida pasada va dejando pistas sobre acontecimientos futuros. Como por ejemplo la horripilante, oscura e incluso enfermiza escena que ocurre en el circo de los freaks que no solo muestra al lector el lado oscuro de un mundo soleado, de aromas sutiles y jardines floreados, sino que también lleva a los niños protagonistas a los rincones más perturbadores de su psique. Thomas Tryon utiliza de forma fabulosa al narrador desconocido para crear un truco de prestidigitación que nos llevará a un desenlace inesperado, terrorífico, de los que hielan la sangre en las venas y dejan un ¡joder, me cago en la puta! en los labios.
En definitiva, El otro, publicado por Impedimenta, resulta una excelente novela de terror psicológico con toques sobrenaturales que transforma lo cotidiano en un mundo oscuro donde los acontecimientos más escabrosos pueden moldear la más tierna inocencia.
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