Una vez oí a una mujer africana decir que no se podía describir África, que África solo se entiende si se ha vivido allí. Hace años ya de aquel momento y, sin embargo, esas palabras se me han quedado grabadas y las recuerdo con frecuencia. Por ejemplo, me han venido a la memoria al leer El paciente inglés, de Michael Ondaatje, y no solo porque hable de lo que supone atravesar el desierto de Libia, algo inimaginable para nuestras cabezas acostumbradas a vidas sencillas, sino porque además transmite el peso de la guerra, un hecho también inconcebible para los que siempre hemos vivido en paz.
Un paciente quemado que no recuerda quién es y una enfermera de veinte años llamada Hana conviven en un hospital de campaña de Florencia, abandonado meses atrás. Sin electricidad, noticias del exterior ni seguridad —aunque es 1945 y la guerra ha pasado de largo, el terreno aún está plagado de minas—, parece que les basta su mutua compañía, un pequeño huerto y una biblioteca bien surtida para seguir adelante y recomponerse del trance vivido. Hasta allí llega Caravaggio, un ladrón amigo del padre de Hana, y Kip, un zapador indio que se dedica a desactivar las bombas fallidas. Y, en torno a estos personajes y sus vivencias, Michael Ondaatje crea un pequeño universo donde el tiempo se detiene.
El paciente inglés relata la estrecha y peculiar unión de esos cuatro desconocidos. La única defensa de la que disponen para enfrentarse a la vida que les ha tocado vivir es buscar la verdad de los otros, puesto que no son capaces de encontrar la de sí mismos: ya no saben quiénes son ni de dónde vienen; se han convertido en otras personas, muy a su pesar, y han dejado de reconocerse en la tierra que los vio nacer. Todos necesitan cuidar a ese enigmático paciente inglés, quizá porque ese hombre de rostro quemado, sin nombre ni pasado, es un reflejo de cómo se sienten en ese momento.
La lectura de esta obra es lenta y, por momentos, enrevesada, tanto por la alternancia del presente y pasado de los personajes como por el constante cambio de primera a tercera persona en la narración. Y para mí, más que ser una historia o un cruce de varias, ha sido una sensación permanente de vacío y búsqueda, como la de los propios personajes, que rememoran lo que un día amaron y perdieron, lo que un día fueron y ya no volverán a ser. Y pese a ello, al acabar la lectura de El paciente inglés, ha renacido en mí la esperanza en la humanidad, en el amor, en el perdón.
Quizá este sentimiento final tan positivo solo sea porque no es lo mismo leer sobre la guerra que vivirla, tal y como dejó entrever aquella mujer africana de la que os hablé al comienzo. O quizá sea gracias a la maestría de un escritor como Ondaatje, que se sirve de uno de los peores episodios de la Historia para que redescubramos la verdadera esencia de los seres humanos, esa que aflora solo cuando todo lo demás se ha destruido.
Ojalá sea yo un miembro más de la comunidad literaria…….