El país de las últimas cosas, de Paul Auster
Se habla del fin del mundo con demasiada liviandad. En general, los relatos buscan explicar el final de la Tierra como la conocemos desde una perspectiva espectacular, rápida y catastrófica, de manera que unos pocos segundos, toneladas de cultura, obras y tradiciones humanas quedan reducidas a cenizas. En El país de las últimas cosas, el apocalipsis ha llegado pero parece que no quiere retirarse todavía y prefiere hacerlo en una lenta agonía.
El libro es, básicamente, una carta que escribe una mujer, Anna Blume, a un amigo. Es por la característica epistolar que el escritor se libera de la necesidad de entrar en detalles sobre lo que sucede. No es un narrador omnisciente de manera que no se sabe exactamente lo que acontece fuera del relato de esta fuente.
Anna vive en este país, llamado “de las últimas cosas”, donde toda la realidad se está destruyendo a pedazos. Por un proceso extraño a nivel físico, las personas y objetos parecen ser tragadas por la tierra. Si es una metáfora o un fenómeno geológico, no lo sabemos, la realidad es que ese territorio desaparecerá y eso conlleva a que todo el sistema y la comunidad comiencen a desmoronarse lentamente y a consumir a sus habitantes.
Como en un efecto dominó, se termina con el sistema económico y así, entonces, con el empleo, el abastecimiento de bienes, la producción y el orden social. El caos toma la calle y el Estado rompe frente a los ojos del pueblo todo tipo de contrato implícito. La seguridad y supervivencia es ahora un problema individual y el Gobierno queda supeditado a frenar y evitar ciertas cuestiones que desbordan por lo urgentes como el manejo de la gran cantidad de fallecidos o el mínimo orden en las calles.
Es interesante, más allá de la historia personal de la protagonista, la cantidad de misterios que quedan sin develar en este libro. La carta nos omite detalles pues sólo se mencionan aquellas cuestiones importantes para la propia Anna. Su vida, desde ya, es un reflejo de la locura, desesperación y desesperanza que reza en ese país, pero nos deja con las ganas de conocer un poco más del hecho, previo a los acontecimientos mencionados ¿Cómo es que se llegó a ese punto? ¿Qué sucede tras esas fronteras? Es esa cuota de misterio lo que hace al libro más interesante.
Algo rescatable que nos deja Paul Auster en este libro son las preguntas posteriores. El hecho de que esa carta esté dirigida a un interlocutor lejano nos deja servidas miles de preguntas sobre qué es lo que realmente sucedió y cuál es la relación entre ellos. La historia, en sí, es además muy dinámica y cuenta con todos los agregados propios del relato apocalíptico y la vida cotidiana modificada con brutalidad.
Georgina Marrapodi