El país de los ciegos

El país de los ciegos, de H. G. Wells

el pais de los ciegosLa negación es un don. Al igual que la ceguera, con esa oscuridad impenetrable, nos permite no ver los horrores que acechan, evitar la evidencia aunque se encuentre delante, y construir una vida con nuestra razón y no la de los demás. La negación es un don, pero también una de las peores maldiciones que asolan el mundo. Cual plaga bíblica, cual derrumbamiento de las laderas que sepultan pueblos enteros convirtiéndolos en seres solitarios. El país de los ciegos hace honor al nombre, nos habla de la ceguera, de la no visión, de lo oscuro que penetra, de aquello que no podemos observar pero que, sin embargo, sentimos a nuestro alrededor. Son cinco nuestros sentidos, aquí sólo falta uno. O quizá dos cuando es el sentido común, que debiera ser el más común de los sentidos, el que sale corriendo, el que trepa por las montañas, el que intenta escapar de la nieve y el frío, deseando que todo aquello que ha observado no sea verdad, que no lo sea por favor, en una suerte de historia de ciencia ficción que se remueve como serpiente enjaulada y tira a dar, a los ojos, a la yugular, a la respiración que se entrecorta, al sudor por el esfuerzo de convertir una novela pequeña en algo tan grande. Porque en el mundo de los ciegos, el rey es el tuerto, pero nadie dijo que alguien que posee los dos ojos pudiera ser, no el rey, pero sí el esclavo. ¿Estamos ciegos ante lo que observamos cada día o, simplemente, nos volvemos ciegos por no poder soportarlo?

El montañero Núñez cae por una ladera cuando intentaba coronar el Parascotopetl. Tras salvarse, llegará a un pueblo donde todos sus habitantes son ciegos. Creyéndose el rey, se dará cuenta que no hace falta ser ciego para no ser persona, y que intentar dominar a aquellos que ya se dominan a sí mismos sólo traerá problemas.

 

Todos conocemos el nombre de H. G. Wells. Sus relatos de ciencia ficción nos han acompañado, a muchos, a lo largo de nuestra vida. En mi caso fue de adolescente cuando cayó en mis manos La guerra de los mundos, en una suerte de revelación futurista que a mí me dejó impresionado. En esta obra, menos conocido quizás, pero igual de importante, el autor vuelve a demostrar por qué es conocido mundialmente. Leída de una forma apresurada, intentando conocer lo que depara a Núñez, investigo en mí mismo cuáles serían mis reacciones si me encontrara en su situación. Todos suponemos que, cuando nos encontramos ante algo en, presumiblemente, inferioridad de condiciones, será fácil aprovecharnos de ellos. Pero desechamos que lo que nosotros creíamos una debilidad, en realidad es la fortaleza mayor. Y sí, aunque estamos ante una lectura clásica de ciencia ficción, estamos también ante una lectura reflexiva. ¿Quién tiene la verdad? ¿Quién es el que puede decirnos que somos superiores a alguien? ¿En qué somos ciegos, nosotros, que poseemos la visión en los dos ojos, frente a aquellos que la han perdido para siempre? Una suerte de lectura que se enraiza en el cuerpo como esas raíces de un árbol que intenta buscar ese sustento en la tierra. Nosotros lo hacemos en lecturas. En lecturas como ésta.

Pero a pesar de su argumento hay algo, una peculiaridad, que hace este libro una obligación para todos aquellos que quieran disfrutar de un momento de placer. La edición de Nórdica es de las de belleza absoluta, con unas ilustraciones de Elena Ferrándiz que inquietan y asombran por igual, suponen ese complemento perfecto para un libro que, de haber sido sólo letra, hubiera perdido todas esas sensaciones que nos llegan desde las páginas. Y no es que yo esté quitando mérito a la prosa de H. G. Wells, ya he dicho antes que caí rendido a sus pies desde muy joven, pero cuando algo está bien hecho, cuando algo rezuma profesionalidad y buen hacer por los poros de las páginas, ¿por qué no reconocerlo? La lectura debe convertirse en una experiencia casi sobrehumana, ese tipo de experiencias que no sabemos muy bien cómo explicar, y aquí la encontramos. Aconsejo, pues, abrir este libro, empezar a leerlo, y después, al pasar la hoja, si encontramos una de las bellas ilustraciones, quedarse mirándola, imaginando la historia, convirtiendo un leer en un experimentar, en un tener sensaciones, en un querer más y desearlo al instante. Quizá así sepáis lo que yo he sentido, tan difícil de explicar. Porque cuando un libro te coge fuerte, te arranca de la realidad, ¿no habrá conseguido su cometido?

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