Estremecido. Emocionado. Sobrecogido. Pero también alegre y esperanzado. Así me ha dejado El pájaro azul. En fin, no sabía por dónde empezar, así que lo he hecho por el entusiasmo.
Algunos piensan que es tarea fácil eso de estremecer, emocionar y sobrecoger. Basta, según ellos, con mostrarnos una terrible tragedia y regodearse en los detalles más escabrosos y, sobre todo, en las lágrimas. Podéis verlo en esas películas que intentan acentuar los momentos de dolor con sollozos desconsolados y gritos desgarradores, señal de que el director no ha tenido el suficiente talento para reflejar la magnitud de la tragedia, e intenta compensar esa carencia con la pornografía del dolor. Cuánto podrían aprender esos directores con esta obra que hoy os traigo.
Con El pájaro azul, Takashi Murakami se revela a este lector, que lo desconocía, como un auténtico maestro del manga, y como un artista de inconmensurable talento para convertir la tragedia en belleza y, por lo tanto, en esperanza. El libro nos cuenta la historia de una familia feliz a la que el destino intenta destrozar. El destino, sin embargo, es un arma de dos filos, y del mismo modo que, desde su trono, puede sonreírse mientras apunta con el cruel pulgar hacia abajo, es capaz también de convertirse en nuestro aliado más inesperado. En ese momento, nos damos cuenta de que Murakami no es sólo poesía y sensibilidad, sino un fabuloso constructor de historias.
Sorprendido, el lector de este maravilloso libro se encuentra con que la historia que le da título termina en la página 81, y va seguida de otra historia considerablemente más larga titulada “El azar”. Pensamos, pues, que quizá alguien se ha equivocado al vendernos como novela lo que en realidad son dos historias separadas, pero entonces descubrimos el increíble vínculo que las une, y nos asombramos junto a los propios personajes, tres generaciones unidas, en el sentido primordial de la palabra, por la tragedia.
Nos cuenta el autor en el epílogo que estaba elaborando una obra que versara sobre la familia, cuando tuvo lugar el desastre del tsunami de 2011. Más allá del impacto inicial que tienen sobre nosotros, las grandes catástrofes cambian nuestra perspectiva de la vida, y, durante un instante, unos días a lo sumo, comprendemos y aceptamos nuestra fragilidad como seres vivos. Al cabo de un tiempo, sin embargo, todo eso pasa o lo hacemos pasar, y volvemos a preocuparnos por las miserias de la vida: envidiar, poseer y aparentar. No así Murakami, que nos dice: “el miedo y la desesperación que me causaron las pérdidas derivadas de aquel desastre tuvieron su repercusión en la historia en la que estaba trabajando. ¿Cómo afrontar las muertes de nuestros seres queridos? ¿Cómo afrontar nuestra propia muerte?”.
La muerte de un hijo, el alzheimer y el estado vegetativo de un ser querido no son, desde luego, temas que a priori nos prometan una tarde de lectura agradable. Takashi Murakami, sin embargo, con su trazo rico y expresivo, con sus entrañables personajes rebosantes de humanidad, con su sensibilidad totalmente desprovista de sentimentalismo, y con su mirada llena de vitalidad, esperanza y alegría, nos hace pasar un rato absolutamente inolvidable.
Creo que no exagero si digo que uno sale de esta lectura convertido en mejor persona. Más sana también, ya que con los litros de lágrimas que hemos derramado nos hemos deshecho de una cantidad de toxinas que ni en una sauna finlandesa.