Ya sabemos que, en tiempos tan despiadados, el mejor antídoto es siempre la cultura (aunque algunos agoreros se empeñen en convencernos de que son otras cosas y usted y yo queramos que sea el sexo). Si, además, y tratándose de libros, el que nos traemos entre manos viene cargado de humor, de ironía y de sarcasmo, pues entonces mucho mejor. Porque una buena sátira nos ayuda a transitar entre las minas anti-personas que se nos colocan a cada paso, nos tiende la mano para cruzar sin miedo al otro lado (sea ese lado el que sea), y para llegar siempre sanos y salvos. O puestos a caer, y si no quedara más remedio, los libros (sobre todo el tipo de libros como el que le voy a presentar a usted hoy) nos ayudarán a saltar por los aires con integridad, con una bonita sonrisa dibujada en la cara y haciéndole un corte de mangas al puto destino. Porque las cosas son como son, y en eso podemos ponernos de acuerdo. Pero, pase lo que pase, nosotros (usted y yo) somos los mejores y, aquí sí que no hay discusión, ni guerra, ni pandemia que nos lo discuta. Y es que al final, y como decía el protagonista de La ópera flotante de John Barth, nada, absolutamente nada, es tan importante.
Y algo de todo esto (pero no solo esto) es lo que encontrará usted en El papel de mi familia en la revolución mundial, del escritor croata, Bora Cosic. Una maravilla de novela que, aunque fue publicada por primera vez a finales de los años sesenta (cuando recibió todos los premios literarios existentes en Yugoslavia antes de desaparecer, también junto a la propia Yugoslavia, del mapa literario y de convertirse en un libro de culto que usted y yo hemos decidido rescatar para siempre), en realidad fue escrita (o eso parece ser) algunos años atrás. En ella, se retrata la excéntrica vida de una peculiar y extravagante familia que transita como si nada, como si de una obra de teatro del absurdo se tratara, por las siniestras y oscuras décadas de los años treinta, cuarenta y cincuenta, cuando el nazismo, la Segunda Guerra Mundial y, posteriormente, el comunismo, constituyeron el decorado de la función allá en Los Balcanes y, más en concreto, en el caótico cuarto de estar de estas circenses gentes y de todos sus compatriotas.
Una madre hipocondríaca y un padre borrachín. El abuelo cascarrabias. Las tías, algo frívolas ellas, y luego el tío ligón. Estos son los histriónicos y caricaturescos personajes que Bora Cosic pone a funcionar en un formidable y alocado día a día familiar. Una historia que nos llega por boca del pequeño de la casa, quien, con las características que le son propias al típico estilo de narración infantil, aporta a la lectura un matiz precioso, lleno de ingenuidad y de pureza, convirtiéndola en un continuo deleite mientras intuimos (o sentimos) cómo todo se va oscureciendo ahí fuera.
El papel de mi familia en la revolución mundial no es sólo una novela de humor, aunque sea eso lo que le puede parecer a simple vista. En realidad, este genuino tour de force familiar es un regalo en forma de libro lleno de esperanza. Y lleno de ingenio, y de subversiva (y gran) literatura. Es, incluso, una novela histórica, un retrato de ese terrible siglo XX del que casi todos venimos. Es, además, una herramienta psicológico-artística de pura ficción, puede que diseñada para combatir los malos momentos. Todo un manual para sobrevivir (o mejor dicho para saber vivir). Una mirada diferente y luminosa con la que combatir el mal y el horror de los hombres. Porque ¿qué importancia tiene, en realidad, que todo se derrumbe bajo nuestros pies? ¿Qué es la vida si no este mismo minuto, y ni siquiera el siguiente? ¿Por qué debo tener miedo si tú sigues aquí, justo a mi lado, aunque fuera chillen las hienas? ¿Qué otra cosa debo hacer mientras esté vivo si no simplemente vivir, vivir y seguir viviendo sin parar? El ser humano es pura adaptación y esta novela es un buen ejemplo de ello. Como ve, son tantos los posos que nos deja esta joya de la literatura europea reciente que podríamos estar filosofando al respecto durante horas, pero yo, se lo confieso, tengo otras cosas que hacer.
Sin embargo, y antes de terminar esta reseña quiero señalar también que, desde el punto de vista técnico, la novela es prácticamente perfecta. Cosic se apoya de manera magistral en ese estilo caótico, lineal y torrencial de la narración del niño y nos presenta un texto plagado de frases cortas, de acción y de diálogos surrealistas, entrecortados y de tono coloquial. Todo ello, además, está regado con fantásticas sentencias de orden costumbrista pronunciadas por alguno de los personajes principales, así como de divertidos chascarrillos que nos hacen sonreír y consiguen atolondrarnos por completo y que, sobre todo, nos hacen partícipes desde la primera escena (fantástica, por cierto) de las alocadas peripecias de los personajes. Enseguida, todos ellos serán de los nuestros y les querremos y les odiaremos como podríamos querer y odiar a nuestros propios familiares. Con sus cosas buenas y no tan buenas, con sus manías y sus ocurrencias, sus defectos y virtudes. Todo un prodigio para un texto que va de tender la ropa, de hacer la comida y de cosas por el estilo.
Y entonces, ¡boom!, algo terrible se intuye entrelíneas. Algo demoledor que vislumbramos por la ventana que Cosic nos abre en mitad de una frase cualquiera. No sabemos qué puede estar pasando, aunque, en verdad, lo tenemos demasiado claro.
Al final seguimos leyendo, pero aún con la piel de gallina. Sin darnos cuenta, todo vuelve a empezar otra vez. A reconfigurarse de nuevo. El corazón se calma, el miedo y los nervios se templan y ellos, que son nuestra familia, vuelven a mirar hacia adelante y nosotros a sonreír(les) como siempre. A disfrutar leyéndoles. Y puede que ahí sea cuando volvemos a recordar que la muerte siempre gana, pero que todavía no. Que solamente se trata de vivir, joder, de seguir vivos un poco más.
Vivos y juntos.
Disfrute, pues, de este inolvidable libro. Y disfrute de la familia.
No le queda a usted otra.