El pasado y las ideas, de Alexandr Herzen
Yo he alcanzado por fin, no la meta hacia la que nos dirigíamos,pero sí el lugar donde el camino se hundió en el seno de una montaña,
y desde aquí busco tu mano para estrecharla mientras
te digo con una sonrisa: «¡Esto ha sido todo!».
Hace poco compartía con ustedes mi alegría por el encuentro con Herzen con la reseña de Doctor Kuprov, lectura apasionante pero corta, degustación que excita el hambre. Fue precisamente ese libro lo que me llevó a querer conocer al autor con mayor profundidad y El pasado y las ideas, obra ciertamente monumental, parecía la opción más apropiada. Y lo ha sido. Es una obra autobiográfica, por un lado, y una recopilación de diferentes artículos que fue publicando Herzen en La Campana, la publicación con la que desde Londres hacía llegar a Rusia obras y pensamientos prohibidos allí, que también tienen mucho de sí mismo pero que se centran más en sus ideas y su lucha revolucionaria, o tal vez sea mejor decir, a medida que avanza el libro, con su desencanto y la tristeza que siente por él.
Nada han aprendido los hombres desde los tiempos de Sócrates y de Galileo, sólo se han hecho más pequeños.
La intención confesa de Herzen al publicar este libro fue la de saldar cuentas con su vida personal para así dedicarse con todas sus fuerzas a la acción, a su objetivo que era la liberación de Rusia mediante la revolución campesina. Dudo que lo consiguiera, hasta tal punto el texto es personal incluso cuando analiza problemas concretos que resulta difícil imaginar cualquier acto de Herzen sin su personalidad detrás. Sostiene que la mayor parte de sus errores se deben a debilidad de carácter, que ya veía que eran errores en el momento de cometerlos pero que por ser incapaz de oponerse a la corriente se dejó llevar. Bien, no dudo que fuera así, pero desde luego no es precisamente débil el Alexandr Herzen que se asoma a este El pasado y las ideas, más bien al contrario. Lo que se ve es a alguien tan brillante como bueno, tan comprometido como crítico, es decir, a todo un ejemplo.
Aprende uno mucho sobre la historia de la Europa del siglo XIX y sus movimientos revolucionarios y contrarrevolucionarios, y obviamente, sobre todo en la primera parte, aprende mucho sobre la Rusia zarista, pero también aprende mucho sobre la Europa de hoy día. Pienso sinceramente que muchas de las páginas de este libro deberían circular hoy, bien sea como samizdat, en Ucrania y Rusia. Tal vez se ahorrarían muchos problemas con ello. O tal vez no, pero al menos ya no se podría alegar desconocimiento.
A los rusos nos gusta imaginar que hay otra Europa y creemos en su existencia con la misma fe con la que los cristianos lo hacen en el paraíso. Destruir sueños no suele ser una tarea grata, pero cierta fuerza interior que no puedo reprimir me obliga siempre a decir la verdad, aun cuando hacerlo me pueda resultar dañino.
Su desencanto con Europa y con los movimientos revolucionarios es tan patente como amargo en la parte final de El pasado y las ideas, pero ni en esas circunstancias, perdidos los referentes, disminuyó su compromiso. Se volvió más personal, eso sí, y reivindica en estas páginas su derecho a ser fiel a sí mismo y a no comulgar con ruedas de molino, por jóvenes y revolucionarias que puedan resultar. Es otro aspecto del que podríamos aprender para no caer en los riesgos de los tratamientos peores que las enfermedades.
Y eso que yo no llegué a Europa siendo un extraño. Más bien fue aquí que me convertí en uno. Soy un hombre persistente, pero ahora se han agotado todas mis fuerzas.
Llevo cinco años sin ver un rostro radiante, escuchar una sonrisa llana, enfrentar una mirada comprensiva. Sólo me han rodeado enfermeros y taxidermistas. Los enfermeros intentaban curarme mientras los taxidermistas les señalaban los daños que presentaba el cadáver para que se convencieran de la inutilidad del tratamiento. Al final, agarré yo mismo el escalpelo y me lo clavé en la carne. Carente de pericia, puede que la incisión fuera demasiado profunda.
A mí, como la cabra tira al monte, ya saben, me a gustado más la primera parte, la que transcurre en Rusia y narra la infancia y la juventud de Herzen, universidad, presidio y destierro incluidos. Son páginas luminosas, llenas de esperanza, ilusiones y camaradería. La amistad es tan importante para el autor que llega a decir que está redactando nuestras memorias, en referencia a su amigo P.N. Ogariov. Se trata de un hombre muy generoso, el prototipo de revolucionario romántico que se encuentra uno en la literatura rusa con tanta frecuencia. Son a la vez páginas bellísimas y mucho más personales porque al interés de su experiencia personal se une su indudable talento literario y bien se podría leer como una novela. Él, sin embargo, es muy probable que se sintiese decepcionado por esa idea, no escribió El pasado y las ideas como novela sino como vehículo de reflexión, y lo consiguió. No sólo es amena de leer sino que es tan brillante como didáctica y da fe de una época no especialmente bien conocida por nosotros.
Herzen se declara sansimonista, doctrina que degeneró en religión pero que en sus inicios se podría resumir con la máxima «de cada uno según su capacidad, a cada uno según sus obras». Es una lástima que la historia no sea a menudo fiel con sus actores y que los que bien pudieran ser referentes de plena vigencia por su brillantez y su moderación caigan en el olvido eclipsados por otros que simplemente gritaron más, mandaron más o mataron más. No parece mala idea recuperar a pensadores como Herzen (o como Stuart Mill, menos olvidado pero a quien el autor le dedica un fantástico capítulo de El pasado y las ideas).Pereant, qui ante nos nostra dixerum.
Los hombres que no son capaces de ufanarse de sus desgracias están condenados a avergonzarse de ellas y este sentimiento aflora cada vez que se encuentran con quienes conocieron antaño.
Andrés Barrero
@abarreror
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