Acabo de terminar de leer El peso de los muertos y aún estoy tratando de asimilar el final de la historia. Al terminar de leer la última frase de la última página, un escalofrío me ha recorrido la espalda de principio a fin, erizándome la piel y dejándome todavía el corazón encogido, en un puño. Estoy tratando de asimilar esta historia, recolocando en mi cabeza todos los sentimientos que se han agrupado durante la lectura, preparándome para despedirme del libro y volver a guardarlo en mi biblioteca; en un lugar privilegiado de mi biblioteca, desde ahora. Y estoy haciendo algo que no había hecho nunca, empezar a escribir la reseña, sin respetar esas horas o días que hay que dejar entre la finalización de un libro y su reseña, ese tiempo en el que los posos que deja la lectura nos dibujan claramente si leímos una buena historia o no.
Acabo de terminar de leer El peso de los muertos y aún sigo sin creer que esta fuera la primera novela de un autor, consiguiendo en su debut una madurez que muchos otros autores todavía no han encontrado tras muchos años escribiendo y publicando. Diez años después de escribir esta historia, Víctor del Árbol ha conseguido que crítica y público coincidan en los halagos hacia él. Incluso ha conseguido el prestigioso Premio Nadal con La víspera de casi todo, justo los dos (primero y último) únicos libros que he leído del autor, algo que necesariamente tendré que solucionar. Y pienso que El peso de los muertos y La víspera de casi todo tienen lugares e historias comunes, algo así como un sello personal que el autor confiere a sus obras y que, tomando perspectiva de las cosas, lo escrito en el 2006 fue algo enorme, aunque mejor ha sido lo que ha escrito en 2016. Por eso irremediablemente me da por pensar en el 2026 y saco la conclusión que Víctor del Árbol y su literatura no tienen límites.
Acabo de terminar de leer El peso de los muertos y aún sigo digiriendo su narración madura, sus personajes tan definidos y ese misterio suministrado al lector en pequeñas dosis. Sigo fascinado por sus narraciones tan completas y académicas, sus paisajes rurales y urbanos tan especiales y por esos personajes como Lucía o Liviano, tan fuertes pero a su vez tan llenos de miedos y de culpas. Y me encanta la manera que tiene el autor de hablar de la vida y de la muerte como si fueran dos caras de la misma moneda, dos conceptos antagónicos pero con una línea extremadamente fina que los separa. Por eso, cada vez que se lanza la moneda al aire y sale la muerte, ese peso se queda dentro de los vivos, un peso que engorda con los años y que impide continuar a sus protagonistas, por mucho empeño que le pongan. Y sí, está claro que el libro tiene algunos pequeños defectos (el propio autor lo reconoce en al inicio de la novela), pero no estoy aquí para juzgar al Víctor del Árbol actual sino al Víctor del Árbol de hace una década que cumplió su sueño de ser escritor y que dejó una ópera primera de una factura difícil de igualar.
Acabo de terminar de leer El peso de los muertos y aún sigo pensando en su final. Y querría ponerle un adjetivo pero no encuentro el más adecuado, quizá por miedo a que alguien pueda hacerse una idea equivocada del mismo. Prefiero que los lectores de esta reseña lo descubran por sí solos. Yo, mientras tanto, sigo sorprendido por los efectos del libro. Como he dicho antes, es la primera vez que me pongo a escribir nada más terminar de leer. Y también es la primera vez que consigo escribir una reseña completa en solo diez minutos. Increíble.
César Malagón @malagonc