Si te preguntan cuál es tu escritor preferido, lo más probable es que menciones a un novelista. Los relatistas no se suelen tener en cuenta, aunque grandes referentes de la literatura universal lo fuesen, como Edgar Allan Poe, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges o Chéjov. Entre los numerosos prejuicios que pesan sobre la literatura, considerar a los relatos un arte menor es uno de los más incomprensibles. Pocas cosas hay más admirables que una colección de relatos en la que ninguno desluce. Ese hito lo ha conseguido Basilio Pujante en El peso del hielo.
El peso del hielo está compuesto por once relatos. En «Verde botella», los niños de un colegio se convierten en adalides del reciclaje con el único afán de ganar una bicicleta. En «Jimbocho», un hombre se va de luna de miel a Japón y descubre dos hechos que lo dejan totalmente desconcertado. En «Es como volar», más poema que relato, el protagonista se cree un globo, pero solo es piedra. En «Elogio a la cordura», un escritor principiante se obsesiona con un escritor local desconocido que publicó, hace años, un cuento magistral. El «Pelé», la tragedia de un niño depende de un balón de fútbol. En «FAV», un profesor de instituto descubre el poder de las redes sociales. En «Puerta de embarque», unos viajeros de un avión comparten más de un destino. En «Historia meridional», un rojo y una beata se enamoran en julio de 1936. En «La duda o la rabia», un padre ve algo que preferiría no haber visto nunca. En «Quemado», unos jóvenes publicistas se plantean matar a su carismático jefe. Y en «El hombre que lee», un pueblo de apenas un centenar de habitantes recibe al forastero más inesperado.
Como ves, las premisas sencillas. A Basilio Pujante no le hace falta más para mantenerte pegado a las páginas. Escribe tan bien que, con cada relato, parece que te coja de la mano y, para cuando quieres darte cuenta, has llegado al final. Y consigue lo más difícil: a través de anécdotas pequeñas, habla de temas universales, como son los momentos de inflexión que cambian vidas, las derrotas que sentencian futuros y el amor-odio a la literatura, como escritor y como lector.
Basilio Pujante ha conseguido que me crea cada palabra, hasta el punto de pensar que me estaba contando historias vividas en carne propia, quizá porque algún personaje se llama B., su inicial, y varios son profesores de Literatura o escritores, como él. Pero también he sentido que las historias hablaban de mí, de mi infancia y de mi frustrante entrada al mundo laboral, no en vano, el autor y yo compartimos generación. Y, cómo no, me he identificado con su reivindicación de la literatura que huye de modas y corrillos.
Destaco «Historia meridional» y «El hombre que lee», mis dos relatos favoritos, aunque todos me han encantado. En estos dos relatos, Basilio Pujante deja claro que se mueve con la misma soltura en un relato contemporáneo que en uno costumbrista o en uno con regusto de cuento y distopía.
Este libro es una demostración de que los relatos no son un arte de segunda y de que Basilio Pujante es un escritor de primera. Yo no pienso perderle la pista, y si tú lees El peso del hielo, seguro que tampoco.