El pez dorado, de Jean Marie Le Clézio
Bajo el título “El pez dorado”, una chica sentada sobres sus piernas, cubiertas por una ornamentada túnica en tonos azules, parece aguardar sosegadamente, con las manos sobre su regazo, que me acerque a ella para contarme su historia. Unas babuchas marroquíes reposan a su lado. Un velo blanco le cubre parcialmente el pelo.
Sentada, como si siempre me hubiese estado esperando. Con esa paciencia infinita que sólo poseen los libros para pasar desapercibidos durante décadas, hasta que un día los tomamos entre nuestras manos, y entonces nos sonríen maternalmente, como padres que contemplan con un orgullo que trasciende sus propia personas, cómo sus hijos alcanzan el siguiente peldaño en su desarrollo personal, que, inexorablemente, les alejará un poco más de ellos mismos, hacia otros lugares y otras opciones por descubrir.
Raptada con 7 años para servir a una anciana, cuando ésta fallece, pasa a formar parte de los caprichos ostentosos de las princesas de un lujoso prostíbulo.
Allí conocerá a unas mujeres que nadan jovialmente en su espaciosa pecera, hasta que un día, expulsadas al inmenso mar de la extrema miseria, conocerán la vida en libertad que las mascotas no desean conocer.
La apresurada y azarosa vida de Lailla, narrada en una impecable primera persona que sorprende por el contraste en edad y género con el autor, la deposita, jadeando, finalmente en Francia.
Esta obra constituye una lucha individual contra la Europa que margina, que no ve, que desvía la mirada. Que sólo mira a la cara a los que consiguen rabiosamente ser como ellos.
Y todos los demás, sin gradaciones, rendidos o aun ebullentes, conforman la masa informe de “los otros”.
Eva MMJ
Eva@librosyliteratura.es
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