Lo primero que debéis saber de esta novela gráfica, seleccionada como una de las grandes obras de 2015 por el Festival Internacional del Cómic de Angulema, es que está llena de sonidos. A medio camino entre los acordes occidentales y orientales, la artista franco-libanesa, Zeina Abirached, a la que tal vez conozcáis por El juego de las golondrinas y Me acuerdo. Beirut, se retrotrae en esta ocasión al Beirut anterior a la guerra civil para contarnos en su última obra, El piano oriental, la historia de cómo su bisabuelo, Abdalah Kamanja, soñó con inventar una especie de instrumento bilingüe que fuera capaz de reproducir los compases de una y otra cultura en un mismo piano. El relato, en realidad, es una hermosa metáfora, a ritmo de semitono y de cuarto de tono oriental, de esa búsqueda insaciable, aparentemente tan necesaria hoy, por unir culturas y tender puentes.
Esos mismos puentes son los que le sirven años después a una joven Zeina Abirached para recorrer la distancia de Beirut a París y explorar su identidad a partir del idioma. Es, precisamente, la relación con sus dos lenguas maternas, el árabe y el francés, la piedra angular del otro relato que también reconstruye a lo largo de las páginas de su novela. Dos historias entremezcladas, que alternan del pasado al presente y viceversa, y que comparten el nexo común de la diversidad cultural.
Así que, y esto es lo segundo que debéis saber, El piano oriental, traducido del francés por María Otero Porta, también está lleno de palabras. Y de onomatopeyas. De acentos y fonemas franceses. De la musicalidad de la lengua árabe. De fondo, la silueta de Beirut en su época dorada. La de los años 60. Con sus contornos, sus costumbres y hasta con sus colores. Y eso a pesar de estar dibujada en blanco y negro. La novela de Abirached, que logra sumergir al lector en el ambiente oriental de la capital libanesa, tiene estas pequeñas cosas. La música fluye entre sus páginas con una textura especial. No solo la de las teclas de su piano. También las de las palabras. Como si cualquier sonido pudiera en realidad dibujarse.
De corte autobiográfico con un tono jovial y fresco, impregnado de sentido del humor, El piano oriental es, pues, una melodía dulce, alegre y, a ratos, nostálgica. Una mirada directa al Beirut que se llevó la guerra y al que su autora se esfuerza por recrear. Un canto al amor por el arte, ya sea la pintura, la música o la literatura. Pero también una búsqueda de equilibrio. Algo que va más allá de lo general a lo individual. Porque lo que subyace es una historia de identidad. Abirached escarba en su memoria y en la de sus antepasados para encontrarse, más tarde, en su idioma. La conclusión es que tal vez, después de todo, no sea tan difícil conciliar ambas culturas ni sea necesario renunciar a nada para llegar a ser uno mismo. Quizás solo se trate de conseguir tocar un cuarto de tono en un piano occidental.