No mentiría si dijera que uno de los motivos que me hicieron querer leer este libro fue que transcurriera en mi tierra. Es más, fue un motivo de bastante peso aunque la balanza tras conocer la sinopsis ya se inclinaba totalmente hacia su lectura. Pero eso, la localización, fue el golpe de gracia que hizo que el libro pesara una tonelada.
Y no podría haber acertado más.
Si vas a situar una novela en una comunidad autónoma en la que todo o casi todo gira en torno al vino y su mundo, una comunidad en donde casi a diario se organizan catas, presentaciones de nuevos vinos y/o libros sobre el vino, en donde las bodegas diversifican su actividad gracias al enoturismo, se publican tesis universitarias para la mejora de la uva o se invierte e investiga en el estudio de nuevos métodos de fermentación, se abren y cierran plazos para solicitar ayudas para exportar a terceros países, se pleitea contra denominaciones de idéntico nombre al otro lado del charco o contra zonas limítrofes que quieren acogerse a tu denominación, se organizan meses y mesas de actividades gastroculturales con concursos fotográficos, de pinchos y de todo lo que se te pueda ocurrir; una comunidad en donde todo es algo con vino, vino con algo o vino con vino; vino, vino y más vino, siempre, ¿qué menos que ambientarla en plena vendimia, cuando el jaleo es aún mayor y el vino huele nada más salir de casa? (Es una hipérbole, copón, el olor no llega a tanto).
Dicho y hecho, en vendimia y en La Rioja Baja es en donde vamos a movernos. Y como en vendimia hace falta mano de obra, los viñedos se llenan de mano de obra extranjera, principalmente rumanos, pero también albaneses, portugueses y europeos del este.
Pero vayamos al grano, y no al de uva. Todo comienza cuando en el cuartel de la Guardia Civil de Calahorra se recibe una llamada avisando de la aparición del cadáver de un temporero en un viñedo. Lo lógico es pensar que es un temporero ilegal a quien la mafia obliga a trabajar para pagar una deuda. Sin embargo, no va a ser tan fácil. Bajo la, en principio aparentemente evidente solución, se van destapando asuntos a cuales más turbios: yihadismo, ETA, tráfico de personas, las presiones de un juez amigo del bodeguero dueño del viñedo en el que ha aparecido el cadáver que no quiere que se le echen los perros, pistas falsas y sombras inesperadas y muy muy largas.
Los picoletos protagonistas de resolver el caso nada tienen que ver con esa otra pareja ideada por Lorenzo Silva, Vila y Chamorro. A los de Silva ya los conocemos y les tenemos cariño, pero actúan principalmente en pareja. En El porqué del color rojo, el protagonismo oscila entre el liderazgo de la teniente Lucía Utrera, alias La Grande (que no La Gorda, quien además acaba de ponerse a dieta, para desgracia de sus subordinados) y un reparto equitativo del peso del libro entre los miembros del cuartel, incluido el marido de Lucía. No son ni mejores ni peores que Vila y cía. Son distintos y no hay que hacer comparaciones porque no viene al caso.
“Lucía piensa en un cojonudo, en un tío agus, en un champi. Nota cómo se le humedece la parte inferior de la lengua.”
Como digo, el libro tiene un protagonismo muy coral y, al margen de la investigación en sí, conoceremos detalles personales de cada uno integrados hábilmente en el meollo principal: el pasado de Lucía en el norte, lo fascinado que Ramírez está con su novia Elsa y lo poco que puede concentrarse en estudiar, los escarceos con la droga de los más jóvenes, los gustos frikis de la cabo Artero; las anécdotas del padre Borobia, (un cura exboxeador que a la mínima se pone de mala hostia y blasfema y con quien, por cierto, me descojoné con aquella en la que se saca la chorra en el altar delante de dos viejas pesadas)… Detalles todos estos que van a dotar a los personajes de una impresionante fuerza tridimensional que ayuda y mucho a meterte en el mundo propio de cada uno y a comprender su actuación global en la historia y las interacciones entre ellos.
No obstante, a pesar de las múltiples voces, el grueso de la investigación lo llevan Lucía, Ramírez y el padre Borobia. Estos, bien juntos, bien por separado, van a moverse más que Willy Fog con bonobús y nos llevarán de Calahorra a Aldenueva de Ebro, Rincón de Soto, de Logroño, otra vez a Calahorra, Pathfinder arriba, Pathfinder abajo… según vayan necesitándolo y según vayan tirando del hilo criminal.
“No sabes, niño, cuántas mentiras hay que contar en este trabajo para obtener una sola verdad”.
El porqué del color rojo es, estructuralmente hablando, perfecta. La alternancia de los puntos de vista de cada uno se sucede con la precisión necesaria. Las diversas tramas van enlazándose como ruedas dentadas de un mecanismo perfectamente engrasado y logra hacerte ver cómo se desarrollan las pesquisas de la Guardia Civil en la vida real.
Y lo primordial: el argumento engancha que da gusto y ya desde el principio, con esas reflexiones sobre las cucarachas en Madrid, tan tan tan de novela negra clásica, (y otras tantas perlas repartidas por el libro) es imposible dejar de leer.
“…ningún ser humano sobrevive a lo que no sobrevive una rata”
Personajes artesanalmente elaborados, creíbles, que se pueden tocar; historia absorbente, lectura ágil y un final que me ha dejado con el culo torcido porque para nada me esperaba, hacen de El porqué del color rojo una novela que dará que hablar este año y que recomiendo sin dudarlo. Y da igual que la novela ocurra en La Rioja. Podría haber ocurrido en cualquier otra zona vitivinícola de España y seguiría siendo igual de excelente. Para mí Francisco Bescós es ya otro gran autor al que no perder la pista.
Tomo nota, buena pinta tiene, si señor…