El príncipe y el mendigo es uno de los muchos clásicos que Mark Twain ha dado a la literatura universal. En el prefacio de la obra, el escritor estadounidense nos la presenta así: «Puede que sea histórico o solo una leyenda, pero pudo haber ocurrido. Puede que en otros tiempos creyeran en ello los doctos y los ilustrados, y puede que solo lo creyeran los ignorantes y humildes». Esas dos frases avanzan gran parte de lo que nos vamos a encontrar: un cuento con tintes históricos, en el que se contraponen formas de ver el mundo: la de los ricos y la de los pobres, la de los niños y la de los adultos.
Twain se remonta al siglo XVI para contarnos la historia de Tom Canty, un niño que sobrevive en uno de los barrios más pobres de Londres, y Eduardo Tudor, príncipe de Gales. Ambos nacen el mismo día y con semblantes idénticos, pero no es hasta que tienen diez años que sus caminos se cruzan. Movidos por la curiosidad de sentirse en la piel del otro, el príncipe se viste con harapos y el mendigo con el traje de gala, y una serie de malentendidos provoca que también tengan que intercambiar sus papeles. De nada sirve que reivindiquen su verdadera identidad: a Tom Canty lo toman por loco (¿dónde se ha visto que un príncipe quiera ser mendigo?) y todos se mofan de Eduardo Tudor cuando reclama su realeza. Atrapados en una vida tan opuesta a la suya, los dos niños aprenderán a verse a sí mismos y a su sociedad desde una nueva perspectiva.
La edición de El príncipe y el mendigo que Anaya ha publicado recientemente va acompañada del apéndice «Presentación en Delmonico’s», donde Vicente Muñoz Puelles recoge las reflexiones y ocurrentes respuestas que Mark Twain dio a la prensa durante la presentación de su libro en 1881. El escritor estadounidense reconoció que escribirlo había supuesto un reto para él porque, tras las polémicas que suscitaron los descarados protagonistas de Las aventuras de Tom Sawyer o Las aventuras de Huckleberry Finn, quería demostrar que podía ser un autor serio y crear una historia que no ofendiera a nadie. Su mujer y sus hijas estaban encantadas con este cambio de tono, pero los periodistas se temían que en ese cuento apto para todos los públicos no hubiera ni rastro del característico humor que había lanzado a la fama a Twain. Esto no es del todo así. Si bien es cierto que en esta historia priman los datos históricos (aunque con bastantes inexactitudes), Twain no se resiste a parodiar el absurdo boato de la Corona, que queda evidenciado cuando el humilde y cabal Tom Canty ocupa el trono. En ocasiones, parece que se excede tanto que cae en la caricatura, pero, entonces, la nota al pie de página nos advierte que la escena está basada en una anécdota real, y lo que parecía un chascarrillo se convierte en una certera sátira.
El príncipe y el mendigo es un cuento con una moraleja evidente: no te fíes de las apariencias. Pero también es un alegato contra la crueldad (en la Inglaterra del siglo XVI, hasta doscientos veintitrés delitos estaban castigados con pena de muerte), una crítica a la desigualdad social y una reflexión sobre qué es lo que define nuestra identidad.
Los lectores que busquen entretenimiento lo encontrarán en las peripecias de estos dos niños, y los que deseen que un libro les haga pensar, también. Que nadie se equivoque: Twain era un escritor serio hasta cuando hablaba en broma. Si nadie se escandalizó con El príncipe y el mendigo fue porque los aludidos llevaban muertos varios siglos. Al fin y al cabo, para la sociedad que leyó este libro en su primera publicación y para la que lo lee ahora, casi siglo y medio después, lo ofensivo es que le pongan sus miserias enfrente y, encima, se rían de ellas.
Buenas tardes,
Quisiera comentar que Mark Twain escribió unos preciosos cuentos. El robo del elefante blanco para mí es el mejor.
Hola, Juan:
Gracias por el apunte. Siempre es bueno conocer obras menos conocidas de nuestros autores favoritos.
Un saludo.
Muchas gracias por la ayuda (ノ◕ヮ◕)ノ*:・゚✧