Reseña del cómic de “El problema de Susan y otras historias”, de Neil Gaiman y P. Craig Russell
Siempre que me siento dentro del laberinto, un tanto confusa y sin saber bien hacia dónde tirar, aparece un texto de Gaiman. Y todo se ordena mágicamente. Aunque El problema de Susan y otras historias ya estuvieran escritas y ahora vuelvan más crecidas en formato cómic, da gusto leerlas. Es refrescante volverse a situar en la mirada del autor en cuya cabeza siempre he dicho que me gustaría vivir. Su canto sin descanso a la fantasía y su puesta en valor inquebrantable de la literatura infantil y de la mirada de los peques no puede hacer sino que lo aplauda.
Lo curioso es que son historias siniestras, incluso me atrevería a decir que algunas de ellas, sino todas, son terroríficas. El problema de Susan es haber sobrevivido. Ella es la única que no fallece en el tren que les llevaba a Narnia. Sí, la muerte es una putada especialmente para los que siguen vivos. Aunque en otra de las “historias” es el niño fantasma el que se aburre acompañado por las almas del cementerio que no quieren más que dormir. Aunque si tengo que decir cuál es mi preferida -lo cual es de mala educación preguntar- diré que “El día de los platillos volantes”. Es que no creo que tenga ningún competidor ni competidora que domine como él la estructura fractal o en espiral del guión. Te lleva, te eleva, danza contigo mientras lees. Es casi orgásmico. Y sales de la historia con una jodida sonrisa de satisfacción en la cara.
¿Por qué estoy diciendo tantas palabrotas reseñando El problema de Susan y otras historias? Digamos que la corrección política, incluso la literaria se me queda corta para describir cómo me siento cuando leo a Gaiman. “La presidencia de Octubre”, otra de las historias, me ha traído el pasaje de “Instrucciones”. De hecho es una escena parecida, nunca idéntica. La personificación de los 12 meses del año, sentados alrededor de una hoguera, cada uno con su personalidad como si de símbolos del zodiaco se tratase, contando sus mejores relatos. En este cuento se degusta una de las técnicas que también domina Neil Gaiman: coge un elemento natural, si quieres en este caso sería el tiempo cronológico y su convención, el calendario y lo pinta de maravilla, delirio y fantasía.
Solo falta decir algo de “Rizos” por terminar en algún punto con esta “reseñita”. Lo pongo en diminutivo porque cualquier comentario se vuelve gris ante estos textos originales. Pero qué agradecido es leer sobre la importancia de volver a los clásicos en distintas épocas de la vida. Debe ser curioso identificarse con el padre oso. Aunque en mi caso me ha sorprendido sentirme identificada con la anciana de El problema de Susan. ¿La siguiente vez que lo lea será con los muertos?