El regate, de Sérgio Rodrigues
Con la insolencia que otorga el paso del tiempo, me atrevo a decir que bien podría haberme ahorrado los partidos de la selección española en el pasado Mundial (y el Mundial entero) y haberme encerrado a leer El regate, de Sérgio Rodrigues. Al final hice las dos cosas, una en su momento y la otra un poco después, y el fútbol me hizo renegar del fútbol hasta que la literatura me reconcilió con él.
Siendo rigurosos, no es El regate una novela de fútbol. Pero sin fútbol no sería una novela, o quizá lo sería pero no sería un libro bastante notable como el que facturó el brasileño Sérgio Rodrigues en 2013 y que llegó a nuestras manos el año pasado de la mano de Anagrama. Basta con leer su primer capítulo para comprenderlo, cuando comienza Rodrigues con algo tan paradójico y a la vez tan bello como un gol que fue el mejor de la Historia sin llegar a besar la red. Y más concretamente cuando convierte la narración de ese no-gol (están de suerte, aquí la tienen) en un artefacto artístico que mira por encima del hombro al hecho histórico que cuenta (que también está en Internet, claro). Por eso se cierran las primeras veinte páginas con la sensación de que el fútbol hará grandes las siguientes doscientas o las hundirá en la miseria.
Tras este prometedor inicio, se va abriendo el plano y El regate se descubre como una “novela de padre e hijo”, un subgénero del que leímos unas cuantas el año pasado. El padre, Murilo Filho, una antigua gloria de la radio deportiva con una memoria prodigiosa para los partidos que narró en sus tiempos de gloria; el hijo, Neto, un corrector de libros de autoayuda después de haber fracasado como músico punk. Y entre ellos, una decena de encuentros más o menos espaciados en el tiempo y salteados con croquetas, pesca en la represa y más narraciones y reflexiones imperdibles sobre el fútbol y alrededor de él.
Destaca y queda en la memoria el relato sobre Peralvo, un futbolista mágico con dotes paranormales que pudo ser, y no fue, mejor que Pelé. Un candidato perfecto a spin-off de la novela, y a la vez un certero resumen de la imagen del Brasil de hace casi medio siglo como un talentoso león dormido que trata de transmitir Rodrigues.
A medida que el deporte rey se va difuminando con el paso de las páginas, cobran peso los verdaderos temas centrales de la historia. La relación llena de aristas entre el padre y del hijo, interrumpida durante veintiséis años y recobrada ante el cercano final del primero; la historia de la madre, muerta tiempo antes en circunstancias tan extrañas para el hijo, demasiado pequeño, como para el padre, demasiado ajeno a todo aquello que estuviera fuera de sí mismo y del planeta fútbol. Neto no encuentra un orden para su vida en las visitas a su padre, pero no puede dejar de hacerlas, demostrando que la llamada de la sangre, otro tema fundamental aquí, es tan fuerte que termina imponiéndose a casi cualquier otro sentimiento.
La última parte de la narración, con Peralvo fuera de foco y nuestra mirada lectora ya acostumbrada a los impagables flashbacks de Murilo, descubre un arco narrativo que, no sin ciertos tintes de telenovela, desemboca en un final bastante inesperado. El regate final, la finta extraordinaria de Rodrigues para cerrar la historia, divide a los lectores en dos bandos. Estarán aquellos que, cual defensa burlado por una cola de vaca, se indignen ante lo que se puede considerar un desenlace de folletín. Los otros, me atrevo a decir que los más numerosos, se dejarán las manos aplaudiendo y estarán de acuerdo conmigo en que lo importante era el regate.
Durante estas poco más de doscientas páginas, una de las virtudes principales de Rodrigues es conseguir triunfar con el desdoblamiento de su voz narrativa. La manera en la que Murilo narra los goles es extraordinaria, y como decía produce la sensación de que no se puede tener talento para hacer eso y luego sostener una buena novela. Rodrigues lo tiene. Es capaz de desprenderse del oropel y de las palabras grandilocuentes de las crónicas periodísticas y de los encuentros radiofónicos y descender al drama que quiere contar con un tono perfecto en cada momento.
Además, El regate es también un retrato pop de Brasil, trufado de referencias culturales, más allá de lo futbolístico, que para muchos serán ajenas (me incluyo en ese grupo), pero que vistas con el contexto adecuado habrán hecho las delicias de lo que allá sea su generación EGB.
Por todo esto, y más, no tengan miedo los más alérgicos al fútbol y salten al campo. Merece la pena.