Antes de nada, y teniendo en cuenta cosas que ya he podido leer del libro por redes, me gustaría avisar a quien entre en esta reseña que lo que tenemos aquí delante no es una novela que siga el mismo camino que las anteriores de David Trueba, porque lo que tenemos aquí es la primera novela del autor enfocada a un público juvenil (que no quita que los que ya no somos “público juvenil”, al menos por edad, no podamos leerlo). Y quiero recalcarlo yo porque pienso que la editorial, de manera perfectamente comprensible, no ha hecho mucho por indicarlo. Sí, es cierto que en la faja que acompaña al libro se menciona la nueva aventura narrativa de David Trueba y que la colección en la que está la novela es Las Tres Edades, que es la línea infantil y juvenil de Siruela. Pero también es cierto que muchas de las fajas llegan en mal estado o simplemente no llegan a las librerías (sin contar que para la gran mayoría de lectores la faja es más un incordio que un complemento del libro que han comprado) y que pocos lectores, como es normal, saben de qué trata cada una de las colecciones de cada editorial. Por eso, encuentro totalmente normal que si vas a la librería y ves un nuevo libro de Trueba, con esa cubierta tan llamativa y nada más que te indique esa nueva línea del contenido, lo compres pensando que quizá es la siguiente que saca tras Tierra de campos. Sí, es la siguiente, pero no esperes lo mismo. Eso sí, si vas con todo eso sabido, lo que te encuentras es una gran novela. Porque al fin y al cabo quien firma es Trueba, y eso es garantía de calidad. Estoy hablando de El río baja sucio, que, por extraño que parezca a los que ya nos hemos acostumbrado a ver el nombre de David Trueba en las cubiertas de Anagrama, publica Siruela.
Mientras leía este El río baja sucio (lectura, por cierto, rápida, con letra grande, buen interlineado, pocas páginas y papel bien grueso) pensaba en si se podría decir de este libro que es algo así como El Jarama, de Sánchez Ferlosio, actual. Unos amigos que conviven con un personaje casi tan importante como ellos que es el río, sucesos trágicos, inocencia y madurez en un espacio de tiempo muy corto. Jóvenes viendo de muy cerca la curtida edad de la vida.
Aquí nos encontramos principalmente con Tomás, Martín y el río contaminado del pueblo en el que pasan las vacaciones. Estamos en Semana Santa (los capítulos están divididos en cada uno de los días que la conforman, acompañados de algo que parece, y creo que son, pasajes de la Biblia) y todo apunta a que es la última vez que se encontrarán allí. Viven en una pequeña urbanización a la que llaman la Navilla o la Chopera que forma parte de un pueblo llamado Pinares de San José, a menos de una hora de Madrid. Allí es donde ya sus madres pasaban las vacaciones de pequeñas. Pero los años han pasado, las dos madres se han separado de sus maridos (una de forma más definitiva que la otra) y la vida ha puesto otra marcha. La madre de Tomás, recién separada, ha decidido vender la casa. Por eso serán las últimas vacaciones de Tom, como lo llama Martín, allí.
Todo nos viene contado desde la voz de un Tomás de 19 años que se retrotrae a sus casi 14 (¿será un guiño a Casi, la de Cara de pan de Sara Mesa?), cuando estaba a punto de entrar en la cantera del Real Madrid y sus ojos y su mente se repartían entre el deporte, las grabaciones de vídeo con aspiraciones de youtuber y Martín. Martín era su espejo, sus verdaderas vacaciones. Sabedor de la dificultad de verse más allá de esa urbanización, Tomás nos cuenta sus últimas vacaciones en el pueblo y todo lo que pasó en una sola, pero no simple, semana.
Los dos amigos, con sus bicis, siempre alrededor del río, que está contaminado por culpa de las fábricas ganaderas y la cantera que está destrozando la montaña, descubren que hay alguien en la casa que desde hace tanto tiempo estaba deshabitada. Allí conocen a Ros, a quien les unirá un raro hilo invisible mezcla de miedo, respeto y admiración. Ros es el hijo, ya adulto, del matrimonio que habitaba aquella casa. Parte también del grupo de sus madres cuando eran jóvenes, Ros fue el típico chaval con moto desde bien joven, macarrilla y seductor al que los años acaban llevándole por mal camino. A él, incluso a la cárcel. Por asesinato.
Las madres de los niños van sacando el tema de Ros, y así los niños van sabiendo más de él. Y surgen dos perspectivas, la siempre responsable de los adultos y la tan atractiva de los niños. Descubrirán que Ros tiene una hija, Danae, o Dani para los amigos, la cual va a venir unos días. E intentarán acercarse a ella. Entre medias, y mira que el libro es cortito, viviremos la defensa de la salud del pueblo por parte del novio de la madre de Martín (vendrá hasta la televisión a entrevistarlo), la corrupción política incluso en pueblos de escasos cientos de habitantes y, cómo no, el amor. Porque habrá amor, de diferentes tipos, y habrá crecimiento y aprendizaje y pena y rabia y perdón y sabiduría. Es esta la narración de alguien que a partir de la pérdida (siempre es así, ¿no?) aprendió a entender un poco mejor la vida. Claro que se perderán cosas durante la novela, pero también se ganarán muchas. Y si esa ya es una gran lección para los jóvenes, imagina si encima está escrita por Trueba.
Estoy bastante convencido, y la dedicatoria del libro ayuda, que Trueba ha querido hacer este libro para su hija. Mostrar en él lo complicado que tiene la vida y lo importante que es afrontar esta dificultad. Para salir de ello (y de ella) más fuertes.
El río baja sucio es la demostración de cómo algo que para muchos puede ser insignificante, en la vida de alguien en concreto puede ser totalmente trascendente. Supongo que Trueba querrá que suceda algo así en la vida de su hija. Pero quién sabe, quizá pasa en la tuya al leer este libro. O en la mía. ¿Te imaginas?