Nadie quiere vivir una guerra. Pero a todos, o a casi todos, nos atraen las historias bélicas y no podemos evitar leer y documentarnos sobre ellas. En mi caso, será porque me recuerda a mi abuelo, que se pasaba las horas contándome historias sobre la posguerra española. Nació al borde del abismo y le tocó vivir un tiempo gris y ajado en el que una miga de pan era un bien de infinito valor. Mi abuelo me lo contaba como una historia, como un cuento. Y yo jamás he podido llegar a imaginarme cómo sería vivir una guerra. Leemos sobre batallas dentro de nuestra casa caliente y sabiendo que tendremos un plato en la mesa cuando nos sintamos hambrientos. También siendo conscientes de que tenemos un coche para desplazarnos y que si queremos estudiar, en la mayoría de los casos, podremos. Hoy vivimos de manera cómoda y sin miedo a escuchar sirenas que auguran una catástrofe. Vivimos con la tranquilidad de pensar que aquí la guerra nunca volverá, que ya sufrieron nuestros familiares lo que había que sufrir y que la guerra es algo que se ve por la televisión y que queda a miles de kilómetros. La guerra es algo que no va con nosotros.
Lo mismo pensaba Vianne, una de las protagonistas de El ruiseñor. La radio le decía que los alemanes estaban empezando a invadir Europa. Que un señor con bigote había emprendido una cruzada contra los que no eran como él. Pero cuando escuchas algo así, lo último que llegas a pensar es que tu marido tendrá que partir al frente, y que te quedarás sola con tu hija pequeña en una casa cuyas paredes no soportarán el peso de un cañón. Pero llegó ese día, y Antoine tuvo que alistarse y dejar a su mujer y a su hija solas, abandonadas a su suerte, con la promesa de que algún día la guerra pasaría y las aguas volverían a su cauce. Y todo se volvió todavía más oscuro y más gris cuando un capitán alemán obliga a Vianne a acogerle en su casa. Convivir con el enemigo es algo que nadie querría hacer, pero cuando tu vida y la de tu hija corren peligro, harás lo que sea por sobrevivir.
A su vez, encontramos la historia de Isabelle, la hermana pequeña de Vianne. Desde que tuviera muchísimos problemas con su padre, ha sido una nómada de los internador de Francia, lo que le llevó a tener un espíritu rebelde e inconformista que hará que arriesgue su vida en una lucha que se convertirá en algo personal.
Kristin Hannah, escritora estadounidense, narra con crudeza la historia de estas dos mujeres, valientes y fuertes como robles, haciendo que nuestro corazón se encoja a medida que la trama va avanzando, a la vez que lo hacen las tropas. Es una historia que me ha hecho llorar en alguna ocasión y también murmurar de rabia al ser testigo de la impotencia que debe sufrir un pueblo invadido por el terror.
Las historias de las dos hermanas son narradas en capítulos alternativos, haciendo que quieras avanzar en la trama para poder continuar con la historia de la otra, y a la inversa. Cuando yo me quise dar cuenta, la historia estaba prácticamente llegando a su fin. También encontramos unos capítulos contados en una época más actual, pero no sabremos quién es el narrador hasta que no concluyamos la historia. Hecho que hizo que todavía estuviera más enganchada a las páginas de este maravilloso libro.
Ni leyendo decenas de libros sobre la Segunda Guerra Mundial sería capaz de entender el horror que tuvieron que vivir los coetáneos de aquella época. Aunque, lo que sí es cierto, es que libros como El ruiseñor me ayudan a sentirme afortunada día a día por haber nacido en la época y el lugar donde lo hice.