El Ruletista, de Mircea Cărtărescu
Estamos invitados a presenciar una sesión de ruleta rusa en este magnífico relato, breve e impactante como el sonido de un disparo.
No crean que exagero cuando digo que todos somos unos voyeurs. O quizá exagero un poco; todas las generalizaciones son peligrosas. Pero concédanme al menos que una buena parte de nosotros sí que lo somos. No me estoy refiriendo a que nos pasemos el día en la ventana, espiando la intimidad de la vecina (o del vecino) de enfrente, sino a nuestra fascinación por ser testigos de las vidas ajenas: desde los cotilleos de peluquería a los reality shows, desde los telediarios a las redes sociales, todo es voyeurismo.
Lo más curioso es que al pobre tipo de los prismáticos, que ejerce su condición de mirón de la forma más natural e inocente, limitándose a la parte erótica del asunto, le consideramos un pervertido, mientras que los que tratan de saberlo todo de todos son sólo curiosos, todo lo más, cotillas. ¡Ah!, y si el fisgoneo se lleva a cabo a través de un libro, entonces el chismoso es elevado a la categoría de lector: el rey de los voyeurs.
No nos engañemos, nos fascina la contemplación de las vidas ajenas, especialmente de sus miserias. No podemos quitar la vista de la televisión cuando muestra hechos luctuosos y crueles: la muerte y el sufrimiento ajenos listos para el consumo. No es de extrañar, por tanto, que pocos espectáculos posean un magnetismo tan intenso como presenciar el momento más trascendental de la vida de una persona, ese instante en que se lo juega todo y encara la muerte: la ruleta rusa.
No se asusten, no voy a hacer apología del suicido, pero cuando el juego de la ruleta rusa se introduce en una obra de ficción, su poder de atracción es tal que termina por convertirse en un elemento clave de la narración, eclipsando a los demás. No es que suceda a menudo, pero las pocas veces que aparece en la literatura o en el cine (recuerdo la increíble tensión de las escenas de El cazador), incluso en la música, son muy difíciles de olvidar.
Esta es una de esas ocasiones: la ruleta rusa es el motivo central de El Ruletista, un magnífico relato de Mircea Cărtărescu, que cuenta la historia de un hombre sin suerte –jamás ha ganado una apuesta ni vencido en un juego de azar– que se convierte en ruletista.
La historia de El Ruletista, de la que no quiero desvelar nada que pueda estropear su lectura, nos la cuenta un narrador moribundo, un escritor cuya memoria se desvanece en las nieblas del olvido y que, para no ser olvidado él mismo, se aferra a su recuerdo más real, al único que puede considerar real. Porque el narrador –otro voyeur– vio al Ruletista años atrás, y ninguna visión puede ser más verdadera, más auténtica, que la mirada del hombre que se asoma al abismo de su propia muerte.
Aunque hable de todo ello, El Ruletista no se centra en la apuesta a vida o muerte, ni las fortunas amasadas y perdidas en sótanos clandestinos, ni el espectáculo sangriento de la bala que atraviesa un cráneo; todo eso no es más que la liturgia del juego, su adorno, su reclamo.
Habría sido muy fácil conformarse con la descripción morbosa y truculenta del juego y del universo clandestino nacido en torno a él. En su lugar, Cărtărescu prefiere construir un relato de aire irreal, casi fantástico; un microcosmos encantado que gira en torno al Ruletista y que está poblado por la masa que observa hipnotizada, conteniendo el aliento, como el Ruletista se lleva el cañón del revolver a la sien, una multitud de voyeurs que escruta la expresión de su rostro en el preciso instante en que va a apretar el gatillo; toda una existencia, todo el universo condensado en un gesto.
El Ruletista es –y créanme que me lo he pensado antes de escribir lo que viene a continuación– el mejor relato que he leído en muchos años. Con una gran inteligencia y un ritmo preciso, Cărtărescu se mueve entre lo mágico y lo onírico, rodeando de una atmósfera de cuento de hadas una narración de lo más sórdido. No es que la combinación de una fantasía sutil con una lógica deslumbrante recuerde a Borges, es que el relato está a la altura de los mejores cuentos del argentino.
Al principio sorprende que un relato tan breve se presente solo –como una única bala en el tambor del revólver– pero, además de merecerlo por su calidad, ¿qué otro cuento pondríamos a su lado sin que palidezca de envidia?
Para mí, El Ruletista ha sido todo un descubrimiento. Tengo que reconocer que nunca había oído hablar de Mircea Cărtărescu, al parecer el escritor más valorado del momento en su Rumanía natal. Desde luego, si el resto de su obra tiene la mitad de calidad que este relato, buscaré más textos suyos; por el momento, me conformo con recomendarles este relato, breve e impactante como el sonido de un disparo.
Javier BR
javierbr@librosyliteratura.es
Pues con tal reseña, no puedo sino apuntarme este libro y subrayarlo muy fuerte, para destacarlo de los demás y leerlo prontito. Gracias.
Un saludo!!!
Excelente reseña!
Me atrapó desde el inicio hasta el final.
…con esa manera de escribir ¡Felicitaciones!
Te confieso algo: yo busco escribir con un estilo parecido al tuyo. Me gustó mucho leer la reseña y ya quiero leer el libro. Qué bueno es leer a gente que escriba bien y con tanto amor, se nota.
Nunca leí algo sobre ese autor, pero si es el mejor relato que leíste, entonces no dudaré en incluirlo en esa lista interminable (por suerte) de libros a comprar.
Me gustó mucho este párrafo: “Lo más curioso es que al pobre tipo de los prismáticos, que ejerce su condición de mirón de la forma más natural e inocente, limitándose a la parte erótica del asunto, le consideramos un pervertido, mientras que los que tratan de saberlo todo de todos son sólo curiosos, todo lo más, cotillas. ¡Ah!, y si el fisgoneo se lleva a cabo a través de un libro, entonces el chismoso es elevado a la categoría de lector: el rey de los voyeurs”
La verdad es que al escribir esta reseña me fui un poco por las ramas, pero no quería desvelar nada de la historia del Ruletista. A mí me ha entusiasmado (no recuerdo disfrutar tanto de un relato desde la época en que devoré los de Borges y Cortázar) y era ese entusiasmo lo que quería transmitir. Me alegro mucho de que os haya gustado.
Margarita, Rosario, Roberto, muchas gracias por vuestros amables comentarios.